jueves, 2 de octubre de 2008

LA PUNTILLA

INTRODUCCIÓN

Escribo al hilo de las declaraciones del Presidente de la RFEC acerca de la importancia económica que tiene la caza.

Y es que, parece ser que, al menos en los medios de comunicación, de un tiempo a esta parte, éste ha pasado a ser el principal y único argumento de los defensores de la actividad cinegética: su cuantioso rendimiento económico, y la capacidad dinamizadora directa e indirecta que posee para las economías locales.

El asunto no es baladí y, si aparentemente parece una cuestión de forma apta para debates y conferencias “de relleno”, no es menos cierto que, de cara a la opinión pública, la imagen que damos es la de que sólo justificamos la caza por lo que rinde (ahora que la economía ha pasado a tener especial importancia en todos los telediarios).

Esta es un arma de doble filo, sobre todo para aquellos a los que la economía les importa poco de cara a otras facetas mucho más truculentas de la caza: su aspecto sanguinario, su aparente afección al medioambiente o incluso a los aspectos referentes al trato animal; aspectos estos que influyen sobremanera en algún que otro Ministerio. Tengamos en cuenta que al de Economía y Hacienda le importa bastante poco la actividad cinegética dado que está imbuida en el mercado negro, el dinero a tocateja y la escasez de facturación. Sin embargo, el de Medioambiente, Medio Rural y Marino, está altamente influenciado por las presiones de los medios de comunicación y de los grupos mediáticos ecologistas.

De modo y manera que, para gran parte de la sociedad y, sobre todo, para los detractores de la caza, el combatir la vertiente económica de la misma puede ser un buen caballo de batalla. Es curioso que también algunos cazadores estemos de acuerdo en este aspecto en concreto, aunque por motivaciones diametralmente opuestas. No lo estaríamos de ser una vertiente razonable en simbiosis con la caza tradicional, como lo ha venido siendo durante decenios en la transición entre economía de subsistencia y economía de mercado, pero no podemos estar de acuerdo ahora que la caza quiere convertirse sólo en economía de mercado, excluyendo a los cazadores tradicionales.

APRENDAMOS DE LO SUCEDIDO EN EL SECTOR PRIMARIO.

Ante una situación como la que nos sobreviene (intentar explicar a la gente por qué cazamos, ahora que las actividades de subsistencia en nuestro país en relación con lo cinegético han desparecido casi por completo), deberíamos echar la vista atrás y aprender de lo que ya ha sucedido con dos pilares fundamentales del sector primario: tales son la agricultura y la ganadería.

Ambas actividades también han sufrido un cambio drástico desde que dejaron de ser pilares de la subsistencia directa y exclusiva de las familias, y se convirtieron en un modo de vida o incluso en una fuente suplementaria de ingresos en muchos casos. Se pasó después de un precio negociado a nivel particular a un mercado global a nivel provincial y después a nivel nacional. Actualmente es transeuropeo, de modo que poco o nada puede hacer el productor particular para influir en los precios de la mercancía (grano o terneros, igual da) que vende.

Con la incorporación de España al mercado común, se tuvieron que realizar los últimos ajustes para equiparar el nivel productivo y la distribución del consumo interno nacional a los otros países (de naturaleza agraria) que coexistían con España. Esto trajo de la mano la obligatoriedad de un cambio de uso a nivel nacional, al menos, para muchos agricultores y ganaderos.

Evidentemente el cambio de uso no podía ser radical, so pena de que hubiese una auténtica rebelión social, dada la estructura por sectores de España (basada en el primario hasta hace poco), lo que condujo a una modalidad de economía subvencionada para un cambio gradual con quince o veinte años de horizonte en una primera fase, aprovechando también nuestra pirámide poblacional descompensada y el envejecimiento de los pequeños y medianos productores durante ese plazo de tiempo.

Esto se traduce literalmente en subvencionar la producción y estancar (cuando no bajar escandalosamente) los precios, de modo que se convirtió en una especie de economía intervenida a nivel comunitario, y se acabó gran parte del libre mercado (o semejante en oligarquías nacionales) en cuanto a la agricultura y la ganadería se refiere.

La estrategia no podía estar mejor trazada: en efecto, lo que ha pasado es que el envejecimiento unido a la necesidad de dedicar cada vez más porcentaje del beneficio a la modernización y cambio de métodos productivos (ganaderos y agrícolas), muchos pequeños y medianos productores (que carecían de relevo generacional alguno), decidieron arrendar o vender sus explotaciones, quedando éstas en manos de macroproductores, generalmente gente de la misma tierra más joven y que supo ver que el problema era modernizarse, para lo cual necesitaban más hectáreas/más estabulación/mejor maquinaria/contactos a nivel nacional.

El resultado es la conversión de muchos productores pequeños en menor número de productores más grandes y más modernizados, dedicándose los pequeños a otros usos (turismo rural, labores del sector terciario o la propia jubilación).

Los precios, estancados (salvo el repunte por intervenciones supracomunitarias de macroalmacenistas, estrategias de otras naciones externas a la U.E., o la carestía del precio del petróleo, repunte ficticio dado el disparo de los precios de las materias auxiliares para ganadería y agricultura, tales como fitocidas, vacunas, abonos y nitratos), y las subvenciones prestas a terminar para dejar (supuestamente) que el mercado se liberalice con otra nueva estructura, más moderna y más concentrada.

Todo esto es cruel e implacable, por supuesto, con el mantenimiento de la cultura agrícola y ganadera que, al igual que los pequeños y medianos productores, se ha jubilado, apolillándose en los anaqueles del olvido eterno.

En lugar de centrarnos en que tanto la agricultura como la ganadería suponían el tuétano mismo de nuestra identidad española y que debían conservarse (modernizándose) para no perder un baluarte fundamental de nuestra cultura, se centró su valor en su vertiente económica, y se ha perdido definitivamente el valor etnográfico y cultural que poseía, muerto con nuestros viejos, olvidado en míseros poblados de la desidia institucional.

De este modo, una intervención estrictamente económica ha producido que un sector base en nuestra economía y en nuestra cultura se haya ido por el retrete en poco más de veinte años sin ninguna reacción social aparente y con un gran empobrecimiento cultural anejo, sin hablar del envilecimiento que este cambio ha producido en muchas actividades tradicionales, ahora artificializadas exclusivamente para el mantenimiento turístico.

CUANDO LAS BARBAS DE TU VECINO VEAS CORTAR...

Mientras, el sector cinegético ha estado mirando de reojo.

Parte de las decisiones de la Política Agraria Común (PAC) nos han influido, pero no directamente.

Algunos avispados ya vieron venir el nublado y se pusieron manos a la obra: había que tomar las riendas, igual que lo hicieron los ganaderos y agricultores jóvenes, y modernizarse.

Artificializar la caza ha sido una consecuencia directa de la mercantilización, para la cual no existen malos ni buenos años, sino aumento de beneficios, disminución de costes fijos, y homogeneización de las irregularidades del mercado. Si hace falta, creando nuevas necesidades y, al igual que en el sector agrícola y ganadero, aún a costa de la cultura tradicional y del pequeño productor.

Evidentemente, el pequeño consumidor de caza “alternativa” (caza natural) es una competencia a erradicar: erradicar o convertir en consumidor de la nueva caza.

Del mismo modo que con la agricultura y la ganadería, los pequeños productores (propietarios, cotos privados gestionados por las sociedades, etc.) se están viendo “obligados” a arrendar o a vender a los grandes, cuando no a convertirse en consumidores de su mercancía.

Esto es debido al aumento inusitado de consumidores de jornadas cinegéticas (cosa que no ha pasado con la ganadería y la agricultura, con una población que ha mantenido más o menos estable la demanda). Esta diferencia entre los dos sectores, ha empujado a la “necesidad” (artificial, por supuesto, provocada y premeditada) de “ayudar” al campo a producir más, recurriendo, evidentemente, al artificio. Y no a cualquier artificio, sino al suyo, al de los grandes productores.

Ahora, como el poder llama al poder, hasta los que deberían defender la caza tradicional se han subido al carro del mercantilismo, y claman desde sus tribunas públicas para que las administraciones se den cuenta de la importancia económica del sector cinegético (¡como si fuera eso lo que le define!, ¡algo totalmente ajeno y externo a la cinegética! -claro está que ahora los liberales dicen que nada es ajeno a la economía, pero ¿estamos en un estado liberal, cuando incluso el modelo liberal se ha derrumbado en Estados Unidos forzando una intervención de 700.000 millones de dólares para salvar entidades privadas, en un claro ejemplo de intervencionismo?-):


De este modo, el presidente de la RFEC, ya no dice que la caza es un deporte o
una afición, como sostenía hasta hace poco, sino que es una actividad económica
de primer orden (ya negó que fuera un deporte hace unos meses, a pesar de que
sigue dando tiros inaugurales en muchos campeonatos, paradójicamente):

Así, ya empieza a eliminarse esa creencia que consideraba la caza como
una afición o un deporte, cuando realmente es una parte más de la agricultura,
en la que se aprovecha un recurso para obtener beneficios. En este sentido, el
presidente de la Federación Española de la Caza señala que los argumentos han
sido más que sólidos para conseguir esta aceptación, ateniéndose a los ingresos
que genera la actividad cinegética (60.000 millones de las antiguas pesetas sólo
en la provincia de Jaén) y los miles de puestos de trabajo que se generan
directa o indirectamente.


Fuente: El Ideal.es de Jaén, 25/09/2008.
http://www.ideal.es/jaen/20080921/jaen/cazadores-indican-visitas-fundamentan-20080921.html


Y no contento con cambiar de un plumazo la calificación de la caza a una mera actividad económica, (¡nada menos que el presidente de la Real Federación Española de Caza!) no se queda ahí parado y demanda de las administraciones ayuda y atenciones:

Al respecto, Gutiérrez, mantiene que otros países, como es el caso de Polonia,
por ejemplo, se han adelantado a España en este apartado y actualmente gozan de
un reconocimiento importante que les genera pingües beneficios. (...)

En lo que respecta al caso de la provincia de Jaén, Andrés Gutiérrez argumentó que
hay «una mayor sensibilización por parte de los poderes públicos, de manera que
ya se ha encontrado actitudes receptivas por parte de la Junta de Andalucía y de
la Diputación Provincial», de manera que si las cosas siguen por ese cauce, el
presidente de la Federación Española de Caza argumenta que la provincia
jienense, con sus particulares cualidades de excelencia, podría ser pionera.

Fuente: El Ideal.es de Jaén, 25/09/2008.
http://www.ideal.es/jaen/20080921/jaen/cazadores-indican-visitas-fundamentan-20080921.html

Pionera en mercantilizar la caza para obtención de beneficios. Ese es el nuevo objetivo de los neocomerciales cinegéticos: rentabilizar la caza. Igual que se rentabilizaron la agricultura y la ganadería, subvencionándolas, artificializándolas, estabulándolas, concentrando los productores y creando necesidades en el consumidor.

Las únicas diferencias con la agricultura y la ganadería son que, en las primeras, las necesidades están implantadas en la población por nuestra propia dieta (basada en cereales, carnes y productos derivados de las ganaderías y hortofruticultura estabuladas o intensivas respectivamente) y sistema productivo alimentario (piensos necesarios y derivados agrícolas, etc.), mientras que en el sector cinegético hay que crear una demanda artificial que, por otra parte, ayudará a acabar con el competidor que “consume” caza salvaje.

A todo esto, el paralelismo con los sectores es palmario: subida de precios, agrupación de productores, modernización (en la caza se traduce en artificialización e implantación del ganadeo extensivo de cérvidos y suidos e intensivo de especies de menor), e ida por el retrete del pequeño cazador tradicional recalcitrante a la reconversión, ese que se niega a consumir, y que por ello está condenado por estos señores conferenciantes a que se lleve de la mano su cultura tradicional para pudrirse con ella en las cloacas.

PIDEN AYUDA. ¿MERECEN AYUDA?. LOS QUE QUIEREN RECOGER SIN CONTRIBUIR.

Para colmo, ya está el Presidente Gutiérrez (con la ayuda indispensable de los grandes productores y grandes propietarios) llamando la atención de las administraciones autonómicas para apercibirles de un poder económico emergente.

Poder económico que no es, ni mucho menos, comparable con el agrícola o ganadero, no sólo por su cuantía, sino, sobre todo, porque es un poder económico profundamente sumergido. Efectivamente, estos señores pretenden recoger frutos sin hacer los deberes. Disponen de un sector en el que casi todo funciona con dinero negro, y se creen con capacidad moral para hablar (y exigir) a las administraciones.

Los Señores de La Caza (los nuevos ricos de la caza, que nada tienen que ver con los Señores de la Caza de hace unos años) van con sus flamantes corbatas, pero muchos de ellos se las han comprado con dinero sumergido, lejos del control fiscal y muy lejos del pago de impuestos del que la sociedad debería beneficiarse.

Hablan con los Ministerios, reciben subvenciones, pero pagan los jornales de los ojeadores de sus fincas en billetes de color verde. Muchos de ellos contratan a las rehalas de sus monterías pagándolas con puestos, que después se revenden en el pequeño mercado de bares y armerías, o en el boca a boca, con rollitos de billetes cogidos con gomas elásticas, lejos del ojo implacable de Solbes.

Los productores de caza generan empleo, sí. Y mueven dinero, sí. Pero tienen escasa afición a dar altas en la Seguridad social, a expender facturas por cacerías o a declarar los beneficios de sus acciones.

Los demás trabajadores, empresas privadas y autónomos estamos sometidos al yugo implacable de Hacienda, al deber moral de la contribución social con nuestros trabajos y nuestro ímpetu productivo. Pero ellos, no: muchos tienen fincas que no dan beneficios, a pesar de tener gran capacidad de producción cinegética...¿cómo se explica esto?: porque sus beneficios van de somier en somier, alimentando el mercado negro de nuestra cinegética.

Hace unos años, esto era tradicional y notorio, pero revestía menor importancia, porque la mercantilización no se había generalizado: los “señoritos” daban sus pichivatas en negro, pero las sociedad de pueblo lo único que hacían era sacar licencias (si eso) y pagar su cartuchería, gastos de armerías y adminículos necesarios, todo, por regla general, en establecimientos dados de alta en el ramo, con lo cual se trataba de actividades “en A”. Pero al generalizarse la venta de precintos, tarjetas, cacerías y timbas cinegéticas, el sector ha quintuplicado su movimiento, pero su movimiento en negro.

Estos “del negro” han pasado a ser los nuevos “Señores de la caza”. Señores que después reclaman a la sociedad que los mire seriamente, como a gente responsable, cuando se niegan a contribuir con su dinero al bien social común, con las infraestructuras y con los ingresos del Estado.

¿Será el siguiente paso que los productores pidan indemnizaciones y subvenciones para bajar su disparatada producción?.

He aquí la gran falacia de la cinegética moderna (gran diferencia con los otros dos sectores, ganadería y agricultura): que está erigida sobre los escombros morales de cuatro trincabilleteras que no contribuyen al bien social y que quieren que la sociedad encima les mire con respeto cuando gritan desde La Castellana; quieren que la sociedad les ayude y les subvencione mientras, por otra parte, arruinan la cultura cinegética tradicional y obligan a la reconversión al cazador de a pie o a su exclusión de la caza legal.

LA PUNTILLA. EL GRAN PELIGRO.

Un gran peligro se cierne sobre nosotros sin que la mayoría se percate, e incluso con la colaboración generalizada de los cazadores que son las verdaderas víctimas:

Hemos abandonadota las justificaciones morales para nuestro ejercicio.

Hemos desterrado la posibilidad de que la caza sea considerada simplemente como un derecho inherente al hombre, una actividad necesaria para integrarnos en la naturaleza y para que nuestra presencia en el medio sea beneficiosa en lugar de meramente interventiva.

Estamos centrando cada vez más la justificación de nuestra actividad en el rendimiento económico.

Y todo lo que se basa exclusivamente en un rédito económico tiene una desaparición subvencionable.

Tarde o temprano la sociedad puede subvencionales para que dejen de producir, al igual que a nuestros padres les han subvencionado para arrancar manzanos, o para dejar en barbecho lo que antes eran dorados campos de trigo.

Evidentemente, a los productores una cosa u otra les da igual_ lo que no reciban por un lado, lo recibirán por otro. Pero, ¿y a nosotros, los cazadores?.

¿Nos da igual cazar que no cazar?.

El dinero no será para nosotros. Sin embargo, nos pedirán que acudamos en rebaño a manifestarnos por las calles por unos intereses que no son los nuestros.

El dinero se lo llevarán propietarios y productores a sus faltriqueras para indemnizar su falta de beneficios. No será para el cazador de a pie que, de un modo u otro, tendrá que colgar los trastos, verá vulnerados sus derechos fundamentales, y tendrá que comerse su cultura ancestral con patatas. Quizás, sólo quizás, algunos se sumerjan en la clandestinidad para poder seguir saciando la sed de sentir.

Porque sólo cazando siente el cazador.

Alfredo Elvira Serrano.

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