jueves, 30 de octubre de 2008

¡ANDÁ LA OSA!

Acabo de escuchar (desde las 17:15 a las 17:26 horas de hoy, 29 de Octubre de 2008), en el espacio patrocinado por Gas Natural en el programa radiofónico de Onda Cero de Julia Otero, al Sr. Gallego y a la Sra. Julia Otero hablando distendidamente sobre el caso de la osa del Valle de Arán.

Suele ser natural ver cómo esta presentadora analiza los temas de forma bastante plana porque no da para más, pero el caso que acabo de escuchar es penoso y flagrante pues, al parecer y según ambos contertulios, a la osa se la sometió durante horas a una fuerte presión, con multitud de perros y un tiroteo constante, en una de esas batidas norteñas organizadas de modo paleolítico (muchas de estas frases son textuales), con lo cual casi no tuvo más remedio que atacar al cazador agresor.

Llegó a decir (el Sr. Gallego) que una horda de cazadores ha puesto precio a la cabeza de la osa, y que muchos ardían en deseos de colgar su cabeza en una de esas salas donde se fuman los puros los cazadores. Vamos, algo a lo Walt Disney pero encima se lo creía el hombre.

Además, según palabras textuales de la Sra. Otero, la osa estaba embarazada (¡¿?!).

Acabaron el panfleto radiofónico con la frase (varias veces repetida): “Ojalá el invierno salve a Hvala”, como si de una forajida en el Far West con una pandilla de borrachos con placa persiguiéndola se tratara.
Parece ser que se ignora que un cazador, con sus perros, disparó al aire sin ánimo de matar a la osa como única autodefensa ante el ataque. Nadie le habríamos podido decir nada si en vez de al aire hubiese disparado a la osa para defenderse. Sin embargo, aún hay gente que se empeña en criminalizar a todos los cazadores como los causantes de la mayoría de los males de la naturaleza. Gente como Julia Otero y el Sr. Gallego, sin duda alejados de la vivencia única y profunda que la caza imprime en el cazador.

En lugar de centrarse en que se trata de un suceso aislado y que el cazador en todo momento obró con buen hacer e incluso por encima de lo exigible dadas las circunstancias, prefieren culparle del hecho (un hecho natural y fruto de la casualidad) en lugar de desearle una pronta recuperación y de analizar si en el Pirineo y en otras zonas los daños de los osos (y, porqué no decirlo, de los lobos) están suficientemente compensados.

Acabamos de asistir al hecho delirante de que un ganadero gallego haya tenido que grabar imágenes de los lobos devorando una de sus vacas preñada con dos terneros para que la administración se convenza de que los ataques a su instalación ganadera eran obra de una manada de lobos, y también ahí hemos asistido a la paciencia del propietario, cuando lo fácil que habría sido emprenderla a tiros con los ladrones ante el pertinaz silencio y el rechazo administrativo.

El Consejo General de Arán (compuesto por Unitat Aranesa, Convergencia Democràtica Aranesa y el Partit Renovador d'Arties i Garòs), ha exigido por unanimidad en una moción que se retiren los osos del Pirineo.

¿No debería ser éste el inicio de un debate sobre el precio que estamos dispuestos a pagar los chicos buenos de ciudad por meterles a las gentes que viven del campo depredadores que afectan directamente a su modus vivendi, es decir, a sus lentejas?. Desde nuestras columnas de hormigón y nuestras calles de asfalto se ve fenomenalmente el toro desde la barrera, pero a un apicultor palentino sólo le pagan una colmena dañada por año, independientemente de cuantas veces las zarpas golosas del oso se la hayan saqueado.

Basta ya de creer que todos los habitantes del agro son unos estafadores, y empecemos a rascarnos el bolsillo la gente de ciudad si queremos mantener una pirámide artificial hoy día que, sin ser necesaria, puede ser aceptable desde el punto de vista biológico, pero ha de ser, sobre todo, sostenible desde el punto de vista humano.

Y basta ya de criminalizar a todos los cazadores, sobre todo cuando no se pisa el campo o, pisándolo, no se tiene inteligencia suficiente para entenderlo y comprender los problemas de las gentes que lo habitan.

¡Ah!: señora Julia Otero: las osas no están embarazadas: están preñadas (y eso además es irrelevante para el caso que se analiza).

Un saludo:

Alfredo Elvira Serrano.

jueves, 16 de octubre de 2008

LA PUNTILLA (II). MERCANTILISMO Y CAZA.

Escribo al hilo de las declaraciones de cierta persona que, desde que tiene carguito, lee nuestra página y se cree con el deber de arremeter contra nosotros aprovechando su recién alcanzado estatus. No diré su nombre, ya que él no se ha dignado en decir el mío. Y además no es importante, lo importante es lo que dice y, sobre todo, lo que dice que decimos.

Parece que está esperando que publiquemos algo para tratar el mismo tema, aunque evidentemente desde una perspectiva diametralmente opuesta y, por qué no decirlo, totalmente plana, falta de fondo y de capacidad de análisis.

Nuestro contertulio dice que nuestra regla es asimilar dinero con impureza y falta de transacción con autenticidad; habla de que los que supuestamente defendemos eso somos “puristas” e incluso de que nos autodenominamos así (¿?). Expone una serie de ejemplos de caza “pura” con transacción económica y de caza impura sin dinero de por medio. Y finalmente llega al paroxismo llevando al extremo nuestras supuestas ideas y asimilando cualquier sonido de dinero (incluso el de una pichivata entre amigos) con bastardeo, poniendo en boca de los “puristas” cosas que nunca hemos dicho ni pensado.

Para aclarar ideas al respetable, que puede estar confuso con tanto tinglado dialéctico, expongo lo que, a mi juicio, decimos unos y otros. No para intentar ablandar la mollera de este señor que considero con una opinión ya formada -aunque erróneamente a mi juicio-, sino para que no pongan en nuestra boca cosas que ni decimos ni pensamos, aunque pueda parecer así de una lectura plana y torticera de lo que escribimos, una lectura guiada y seguidista.

Cualquiera que me conozca y lea habitualmente a los que pensamos de igual modo al respecto del tema que aquí se trata, sabe qué queremos decir con mercantilismo. Mercantilismo es lo que defienden ahora los señores de la caza, no lo que tenían a gala los señores de la caza de antaño. Como ya expuse en mi artículo “La Puntilla”, muchos señores de la caza han cambiado la chaqueta, y han pasado de defender unos valores tradicionales en la cinegética a la optimización del beneficio a cualquier precio.

Eso es el mercantilismo para mí: no se trata de cubrir gastos con una pichivata, sino de vivir de la caza, es decir, del dinero (y las ilusiones) de los cazadores. Tampoco de reinvertir posibles beneficios en bien de las especies silvestres (es decir, en tu empresa). Mercantilismo es vivir también, fomentar e incluso crear de la nada el nuevo consumidor de caza que, sin ser cazador, quiere sentirse cazador para estar dentro de ese grupito selecto. Vivir de la caza, no cazando, sino a cualquier precio (porque viven de ello, y porque la ambición es su bandera), incluso dilapidando la cultura tradicional cinegética o recurriendo a meningíticos artificios. No se trata de volcar medio saco de panizo en un cebadero, se trata de poner portillos antirretorno en las alambreras o de electrificarlas en contra de toda normativa legal y que, encima, después te aticen un premio de Medioambiente. No es cuestión de montar una tirada de patos con unos amigos en las charcas que hace el río: se trata de criar y cebar patos de granja, encerrarlos en jaulones, crearles el hábito de alimentación diario y, un buen día, forrarte el riñón vendiendo un fusilamiento a unos advenedizos. Se trata no de organizar una montería, sino de alambrear el monte para encerrar en él unos animales con el fin de sacar pasta masacrándolos. Mercantilismo es introducir en un mundo puro y sencillo, la malicia del máximo beneficio a cualquier precio. Mercantilismo es pasarse por el forro el principio de derecho romano del Res Nullius y decir que todo lo que yo meta dentro de mi valla es mío, incluido lo que le choro al vecino. Eso es mercantilismo aplicado a la caza, señor, a ver si nos enteramos.

No me llamo purista, porque no soy puro. Busco sentir cazando, que no es poco para los tiempos que corren, y lo que le puedo decir es que, por ejemplo, detrás de un guía me siento cada vez menos cazador. Siento que caza él, no que yo cazo. Incluso a veces siento que ha preparado un pequeño circo para mí, porque pago. Que ha sido capaz de vender el alma de su amigo como si fuera una entrada de circo (amigo al que ve todas las mañanas) para que un intruso como yo se la lleve de recuerdo. Y así, cada vez me resulta menos posible sentir nada, e incluso me parece imposible que nadie pueda sentir nada, como si fuese un videojuego, o una recreación bastarda de la realidad. No me gusta llegar en un coche, bajar de él, desenfundar mi rifle en un monte que no conozco, y empaparme de lo que veo por primera vez, no me gusta. Me gusta saber dónde cazo y a qué gente (hablando como Dersu Uzala) puedo ver ese día en el monte. Encontrarme con viejos amigos enmontados y bravos y medirme con ellos. Eso me gusta, y creo que es más puro que disparar contra quien no conoces, en un entorno que no conoces. Y, no me negará, que el mercantilismo nos aleja cada vez más de lo primero, y nos acerca cada vez más a lo segundo.

Decía mi amigo Flanagan “el verde” en uno de sus artículos (“Caza y Pasión”) que en la sociedad actual sustituimos el sentir por la velocidad. Que la velocidad es el sentir de los advenedizos, porque a mucha velocidad es imposible sentir nada. Pero que creen que sienten algo porque realmente no saben lo que es sentir algo, y les dicen por todas partes que ESO es sentir, ver pasar las cosas rápido (los montes, las gallinas voladoras o los tapetes con cientos de venaos).

Sentir es dejarse impregnar del almíbar de la vida, y cada día que pago por algo que sé que voy a conseguir, se anula mi sentimiento. Es como intentar sentir qué es el amor pagando a una prostituta para que finja con nosotros: nos estamos engañando y, aunque a algunos les guste el engaño, no pretendan, por favor, que nos guste a todos. Es más, no pretendan imponérnoslo a todos, sobre todo a los que ya sabemos que es un sucedáneo para neófitos.

Decía Ortega que la caza ha de ser impredecible y escasa para no perder su virtud. Y la caza que ustedes defienden desde sus carguitos y sus poltronas, ni es escasa (ojalá lo fuera), ni es impredecible. Dígame qué coños es lo que sienten los defensores del artificio, cuando pagan por algo que saben cómo y dónde va a salir, e incluso pagan por un peso de trofeo o un número de puntos concreto. Díganme qué se siente cuando otro (que sí que conoce el terreno) holla la tierra delante de ustedes, mira por ustedes, y hasta huele por ustedes, les dice dónde tienen que mirar, y hacia dónde dirigir sus tiros. Díganme también qué se puede sentir al pisar siquiera un cercón, más que hartazgo.

Al menos en algo estamos de acuerdo, en que esto último no es caza. Pero existe y debemos criticarlo. Debemos marcar la línea en el polvo del camino para que, quien se sitúe al otro lado, no pueda llamarse cazador a ojos de la sociedad (pues en su fuero interno ya lo sabe, y por eso nos envidia). Al igual que debemos procurar que la caza mercantilizada esté enquistada en su terreno, pero que no lo devore todo con su ambición devastadora, y menos que sea defendida desde nuestras instituciones, desde la propia Federación, desde nuestros medios de comunicación, o desde las tribunas que utilizan la palabra “caza” como reclamo de algo que ni es caza ni podrá llegar a serlo nunca, porque traiciona todas sus esencias.

Dígame qué sentido tiene que un crío de diecisiete años ya haya hecho un safari, cuando debería estar cazando codornices a punta de bota. Los que defienden el mercantilismo o los que, como usted, lo disculpan en alguna de sus facetas, devoran todas las etapas del necesario aprendizaje, y anulan la madurez de los jóvenes cazadores, porque a su velocidad (impuesta por el consumo creciente y por el no mirar lo que uno está haciendo ni , sobre todo, lo que está gastando), es imposible madurar. Fabrican los mercantilistas, ingentes cantidades de fracasados que no han podido encontrarse a sí mismos en una actividad del todo fatua y falta de sentimiento.

Los mercantilistas son lo que las cámaras frigoríficas a la fruta: generan sucedáneos, que no saben a fruta, no huelen a fruta, ni tienen el tacto de la fruta. Sólo se parecen a ella en el envoltorio. Su “caza” no me hace sentir nada y, como yo, a nadie que la practique. Su “caza” no sabe a caza. Porque lo han devorado todo con su insaciable afán, y lo han desnaturalizado hasta el extremo.

Dice usted que no hemos dicho a la gente lo que es caza y lo que no lo es. Se equivoca: eche la vista atrás y verá que algunos llevamos diciéndolo muchos años, luchando contra gente como usted, ambiguos, que a veces dicen que sí y a veces dicen que no, según el sol que más caliente (parece que ahora le ha calentado los riñones la Federación). Gente como usted, que siembran la confusión porque no trazan la línea de lo que sí y lo que no es caza. Primero dicen que no, pero después dicen que ha de ser económicamente sostenible, es decir, que sí. Esa línea que le digo, la que hemos de trazar, es clara y diáfana, bien recta, pero ustedes tienen la misión de pisarla para que la gente no la vea, para que algunos cazadores pasen sin remordimientos al otro lado, al suyo. Al lado del relativismo moral, que es el que da dinero ahora, ¿verdad?.


Llevamos muchos años diciendo lo que no es caza, y ustedes otros tantos llamándonos de todo, echándonos tierra a los ojos mientras intentan patearnos, fabricando el humo de la mentira con el que impedir que se nos vea, azuzando a su jauría de aduladores cada vez que nos agarran, sin seguir regla alguna en esta lucha desigual.

Para colmo del cinismo, se digna en llamar sostenible al artificio. ¿Qué entiende usted por sostenible?. ¿Es sostenible soltar cincuentamil gallinos en una finca y masacrarlos?. Dice (colmo del desparpajo) que ha de serlo en todas sus facetas, y una de ellas es la económica. Yo le digo, que la principal es la ecológica, le sigue la social, cultural e histórica, y, por último, está la económica. Para usted (triste es comprobarlo por sus propias palabras) sólo existe esta última, ahora que está embelesado por la vorágine federativa.

Acaba su panfleto diciendo que todo en esta vida ha de ser sostenible económicamente, tal es su ceguera. ¿De verdad cree que, por ejemplo, acabar con el hambre en el mundo es económicamente sostenible?. ¿Y no debería ser una de nuestras principales tareas?. ¿La sanidad pública es sostenible económicamente?. ¿La atención a la indigencia que hacen las Hijas de la Caridad es sostenible económicamente?. Del mismo modo, la caza tradicional no siempre es sostenible económicamente, pero lo suele ser ecológicamente. Es un bien social, de igual forma que la caza es un derecho inalienable aunque la gente como usted siga queriendo ignorarlo, haciendo que pasemos por caja para adquirir ese derecho. Es insostenible muchas veces (y más cuanto más avanza el poder del mercantilismo en este mundillo, y cuanto más se llena todo de dinero negro no declarado), pero tenemos el deber moral y cívico de conservarla, pues, al igual que el hambre en el mundo, la sed de sentir de los corazones de algunos de nosotros, puede ser calmada con la caza, y sólo con la caza. Con la caza pura, sí, con esa palabra que ustedes se empeñan en pisotear, mancillar y pintar de prosperidad. Con esa palabra de la cual ustedes no son dignos, porque su ambición les hace insuficientes siquiera para pronunciarla.

Habla usted de economía, pero le repito que pasa por alto deliberadamente que se trata de una economía sumergida, fuera del fisco, una economía no contributiva y, por tanto, una economía fuera de la sociedad que, muchas veces, sólo sirve para explotar al personal. Quizás la caza española sea el principal sector (junto con la droga y la trata de bancas) generador de puestos de trabajo de explotación y de dinero negro que existe en nuestro país. Y gente como usted aún defiende esa supuesta “sostenibilidad económica” (en negro, claro). ¿Cómo le llamaría usted a pagar a los rehaleros con puestos en lugar que con dinero (dinero negro, por otro lado)?. ¿Qué es sino explotación, traslado de riesgos a un tercero y aumento de beneficios económicos a costa del que aporta el trabajo?. ¿No es otra cosa más que fraude fiscal todo el trasiego de ingentes cantidades de billetes en cualquier cacería, desde la más modesta hasta la de postín, no sólo sin facturas, sino a veces con facturas falsas?. ¿No generaría mucho más beneficio social si aflorase este sector sumergido, a pesar de que yo mismo me queje de cómo se distribuyen los dineros públicos?. A esto es a lo que usted debe llamar “mercado libre”: libre (evidentemente) de estar fuera o dentro de la Ley, claro.

Habla usted (orgulloso y sentido) de ese “mercado libre”, como si los “puristas” (como usted nos califica) fuésemos una especie de revolucionarios marxistas; y dice que no nos gusta el “mercado libre”. Si el mercado libre existiese en la caza, señor, la gente que usted defiende estaría barrida del mapa hace muchos años. ¿Mercado libre con un macroproductor protegido?. A eso, señor, se le llama monopolio o, en todo caso, oligopolio si metemos en el saco a sus acólitos y amigos, los que ponen poltronas y sueldecitos. Eso y el mercado libre se parecen en bastante poco, al igual que ciertas asociaciones donde se agrupan los que quieren salir en la foto de los técnicos “con marchamo y a tener en cuenta”; me viene a la memoria cierta asociación de reciente creación en la que se agruparon como un rebañico muchos de los tuercebotas que se han subido al carro de firmar lo que sea a cambio de dinero, a costa de las especies silvestres. No se parece en nada (pero en nada de nada) al mercado libre. Una Asociación para elegir nombres “convenientes” para encargar estudios, y que hace que los excluidos de ella estén condenados al ostracismo.

El mero hecho de mencionar “mercado libre” y referirse a la actividad sumergida, intervenida y servil de la caza mercantil en España debería producirle vergüenza. Pero claro, hace tiempo que la mayoría de la gente que usted defiende dejaron de tenerla.

Sigan, pues, ustedes por su lado, y nosotros por el nuestro: a cada intento de mezclarnos, como el de su último artículo (usted sí que confunde teorías), estaremos nosotros respondiéndoles (desde esta o desde cualquier otra tribuna), para remarcar en el polvo del camino la línea que nunca pasaremos sin dejar de llamarnos cazadores. Así la pisoteen ustedes mil veces, así la volveremos a trazar, tan terca y dura es la verdad que nos han transmitido nuestros antecesores.


Esperando que su próximo artículo dé tanto juego como su respuesta a “La Puntilla” (que más que puntilla, cambiando de tercio, parece que ha sido puyazo en todo el morrillo), les espera con el palito preparado para seguir marcando líneas en el polvo:

Alfredo Elvira Serrano.

Ingeniero Superior.
Formación de postgrado en gestión cinegética.
También organizo monterías, desde soldado raso hasta Teniente General (aunque no he asistido a ningún curso, lo siento).

jueves, 2 de octubre de 2008

LA PUNTILLA

INTRODUCCIÓN

Escribo al hilo de las declaraciones del Presidente de la RFEC acerca de la importancia económica que tiene la caza.

Y es que, parece ser que, al menos en los medios de comunicación, de un tiempo a esta parte, éste ha pasado a ser el principal y único argumento de los defensores de la actividad cinegética: su cuantioso rendimiento económico, y la capacidad dinamizadora directa e indirecta que posee para las economías locales.

El asunto no es baladí y, si aparentemente parece una cuestión de forma apta para debates y conferencias “de relleno”, no es menos cierto que, de cara a la opinión pública, la imagen que damos es la de que sólo justificamos la caza por lo que rinde (ahora que la economía ha pasado a tener especial importancia en todos los telediarios).

Esta es un arma de doble filo, sobre todo para aquellos a los que la economía les importa poco de cara a otras facetas mucho más truculentas de la caza: su aspecto sanguinario, su aparente afección al medioambiente o incluso a los aspectos referentes al trato animal; aspectos estos que influyen sobremanera en algún que otro Ministerio. Tengamos en cuenta que al de Economía y Hacienda le importa bastante poco la actividad cinegética dado que está imbuida en el mercado negro, el dinero a tocateja y la escasez de facturación. Sin embargo, el de Medioambiente, Medio Rural y Marino, está altamente influenciado por las presiones de los medios de comunicación y de los grupos mediáticos ecologistas.

De modo y manera que, para gran parte de la sociedad y, sobre todo, para los detractores de la caza, el combatir la vertiente económica de la misma puede ser un buen caballo de batalla. Es curioso que también algunos cazadores estemos de acuerdo en este aspecto en concreto, aunque por motivaciones diametralmente opuestas. No lo estaríamos de ser una vertiente razonable en simbiosis con la caza tradicional, como lo ha venido siendo durante decenios en la transición entre economía de subsistencia y economía de mercado, pero no podemos estar de acuerdo ahora que la caza quiere convertirse sólo en economía de mercado, excluyendo a los cazadores tradicionales.

APRENDAMOS DE LO SUCEDIDO EN EL SECTOR PRIMARIO.

Ante una situación como la que nos sobreviene (intentar explicar a la gente por qué cazamos, ahora que las actividades de subsistencia en nuestro país en relación con lo cinegético han desparecido casi por completo), deberíamos echar la vista atrás y aprender de lo que ya ha sucedido con dos pilares fundamentales del sector primario: tales son la agricultura y la ganadería.

Ambas actividades también han sufrido un cambio drástico desde que dejaron de ser pilares de la subsistencia directa y exclusiva de las familias, y se convirtieron en un modo de vida o incluso en una fuente suplementaria de ingresos en muchos casos. Se pasó después de un precio negociado a nivel particular a un mercado global a nivel provincial y después a nivel nacional. Actualmente es transeuropeo, de modo que poco o nada puede hacer el productor particular para influir en los precios de la mercancía (grano o terneros, igual da) que vende.

Con la incorporación de España al mercado común, se tuvieron que realizar los últimos ajustes para equiparar el nivel productivo y la distribución del consumo interno nacional a los otros países (de naturaleza agraria) que coexistían con España. Esto trajo de la mano la obligatoriedad de un cambio de uso a nivel nacional, al menos, para muchos agricultores y ganaderos.

Evidentemente el cambio de uso no podía ser radical, so pena de que hubiese una auténtica rebelión social, dada la estructura por sectores de España (basada en el primario hasta hace poco), lo que condujo a una modalidad de economía subvencionada para un cambio gradual con quince o veinte años de horizonte en una primera fase, aprovechando también nuestra pirámide poblacional descompensada y el envejecimiento de los pequeños y medianos productores durante ese plazo de tiempo.

Esto se traduce literalmente en subvencionar la producción y estancar (cuando no bajar escandalosamente) los precios, de modo que se convirtió en una especie de economía intervenida a nivel comunitario, y se acabó gran parte del libre mercado (o semejante en oligarquías nacionales) en cuanto a la agricultura y la ganadería se refiere.

La estrategia no podía estar mejor trazada: en efecto, lo que ha pasado es que el envejecimiento unido a la necesidad de dedicar cada vez más porcentaje del beneficio a la modernización y cambio de métodos productivos (ganaderos y agrícolas), muchos pequeños y medianos productores (que carecían de relevo generacional alguno), decidieron arrendar o vender sus explotaciones, quedando éstas en manos de macroproductores, generalmente gente de la misma tierra más joven y que supo ver que el problema era modernizarse, para lo cual necesitaban más hectáreas/más estabulación/mejor maquinaria/contactos a nivel nacional.

El resultado es la conversión de muchos productores pequeños en menor número de productores más grandes y más modernizados, dedicándose los pequeños a otros usos (turismo rural, labores del sector terciario o la propia jubilación).

Los precios, estancados (salvo el repunte por intervenciones supracomunitarias de macroalmacenistas, estrategias de otras naciones externas a la U.E., o la carestía del precio del petróleo, repunte ficticio dado el disparo de los precios de las materias auxiliares para ganadería y agricultura, tales como fitocidas, vacunas, abonos y nitratos), y las subvenciones prestas a terminar para dejar (supuestamente) que el mercado se liberalice con otra nueva estructura, más moderna y más concentrada.

Todo esto es cruel e implacable, por supuesto, con el mantenimiento de la cultura agrícola y ganadera que, al igual que los pequeños y medianos productores, se ha jubilado, apolillándose en los anaqueles del olvido eterno.

En lugar de centrarnos en que tanto la agricultura como la ganadería suponían el tuétano mismo de nuestra identidad española y que debían conservarse (modernizándose) para no perder un baluarte fundamental de nuestra cultura, se centró su valor en su vertiente económica, y se ha perdido definitivamente el valor etnográfico y cultural que poseía, muerto con nuestros viejos, olvidado en míseros poblados de la desidia institucional.

De este modo, una intervención estrictamente económica ha producido que un sector base en nuestra economía y en nuestra cultura se haya ido por el retrete en poco más de veinte años sin ninguna reacción social aparente y con un gran empobrecimiento cultural anejo, sin hablar del envilecimiento que este cambio ha producido en muchas actividades tradicionales, ahora artificializadas exclusivamente para el mantenimiento turístico.

CUANDO LAS BARBAS DE TU VECINO VEAS CORTAR...

Mientras, el sector cinegético ha estado mirando de reojo.

Parte de las decisiones de la Política Agraria Común (PAC) nos han influido, pero no directamente.

Algunos avispados ya vieron venir el nublado y se pusieron manos a la obra: había que tomar las riendas, igual que lo hicieron los ganaderos y agricultores jóvenes, y modernizarse.

Artificializar la caza ha sido una consecuencia directa de la mercantilización, para la cual no existen malos ni buenos años, sino aumento de beneficios, disminución de costes fijos, y homogeneización de las irregularidades del mercado. Si hace falta, creando nuevas necesidades y, al igual que en el sector agrícola y ganadero, aún a costa de la cultura tradicional y del pequeño productor.

Evidentemente, el pequeño consumidor de caza “alternativa” (caza natural) es una competencia a erradicar: erradicar o convertir en consumidor de la nueva caza.

Del mismo modo que con la agricultura y la ganadería, los pequeños productores (propietarios, cotos privados gestionados por las sociedades, etc.) se están viendo “obligados” a arrendar o a vender a los grandes, cuando no a convertirse en consumidores de su mercancía.

Esto es debido al aumento inusitado de consumidores de jornadas cinegéticas (cosa que no ha pasado con la ganadería y la agricultura, con una población que ha mantenido más o menos estable la demanda). Esta diferencia entre los dos sectores, ha empujado a la “necesidad” (artificial, por supuesto, provocada y premeditada) de “ayudar” al campo a producir más, recurriendo, evidentemente, al artificio. Y no a cualquier artificio, sino al suyo, al de los grandes productores.

Ahora, como el poder llama al poder, hasta los que deberían defender la caza tradicional se han subido al carro del mercantilismo, y claman desde sus tribunas públicas para que las administraciones se den cuenta de la importancia económica del sector cinegético (¡como si fuera eso lo que le define!, ¡algo totalmente ajeno y externo a la cinegética! -claro está que ahora los liberales dicen que nada es ajeno a la economía, pero ¿estamos en un estado liberal, cuando incluso el modelo liberal se ha derrumbado en Estados Unidos forzando una intervención de 700.000 millones de dólares para salvar entidades privadas, en un claro ejemplo de intervencionismo?-):


De este modo, el presidente de la RFEC, ya no dice que la caza es un deporte o
una afición, como sostenía hasta hace poco, sino que es una actividad económica
de primer orden (ya negó que fuera un deporte hace unos meses, a pesar de que
sigue dando tiros inaugurales en muchos campeonatos, paradójicamente):

Así, ya empieza a eliminarse esa creencia que consideraba la caza como
una afición o un deporte, cuando realmente es una parte más de la agricultura,
en la que se aprovecha un recurso para obtener beneficios. En este sentido, el
presidente de la Federación Española de la Caza señala que los argumentos han
sido más que sólidos para conseguir esta aceptación, ateniéndose a los ingresos
que genera la actividad cinegética (60.000 millones de las antiguas pesetas sólo
en la provincia de Jaén) y los miles de puestos de trabajo que se generan
directa o indirectamente.


Fuente: El Ideal.es de Jaén, 25/09/2008.
http://www.ideal.es/jaen/20080921/jaen/cazadores-indican-visitas-fundamentan-20080921.html


Y no contento con cambiar de un plumazo la calificación de la caza a una mera actividad económica, (¡nada menos que el presidente de la Real Federación Española de Caza!) no se queda ahí parado y demanda de las administraciones ayuda y atenciones:

Al respecto, Gutiérrez, mantiene que otros países, como es el caso de Polonia,
por ejemplo, se han adelantado a España en este apartado y actualmente gozan de
un reconocimiento importante que les genera pingües beneficios. (...)

En lo que respecta al caso de la provincia de Jaén, Andrés Gutiérrez argumentó que
hay «una mayor sensibilización por parte de los poderes públicos, de manera que
ya se ha encontrado actitudes receptivas por parte de la Junta de Andalucía y de
la Diputación Provincial», de manera que si las cosas siguen por ese cauce, el
presidente de la Federación Española de Caza argumenta que la provincia
jienense, con sus particulares cualidades de excelencia, podría ser pionera.

Fuente: El Ideal.es de Jaén, 25/09/2008.
http://www.ideal.es/jaen/20080921/jaen/cazadores-indican-visitas-fundamentan-20080921.html

Pionera en mercantilizar la caza para obtención de beneficios. Ese es el nuevo objetivo de los neocomerciales cinegéticos: rentabilizar la caza. Igual que se rentabilizaron la agricultura y la ganadería, subvencionándolas, artificializándolas, estabulándolas, concentrando los productores y creando necesidades en el consumidor.

Las únicas diferencias con la agricultura y la ganadería son que, en las primeras, las necesidades están implantadas en la población por nuestra propia dieta (basada en cereales, carnes y productos derivados de las ganaderías y hortofruticultura estabuladas o intensivas respectivamente) y sistema productivo alimentario (piensos necesarios y derivados agrícolas, etc.), mientras que en el sector cinegético hay que crear una demanda artificial que, por otra parte, ayudará a acabar con el competidor que “consume” caza salvaje.

A todo esto, el paralelismo con los sectores es palmario: subida de precios, agrupación de productores, modernización (en la caza se traduce en artificialización e implantación del ganadeo extensivo de cérvidos y suidos e intensivo de especies de menor), e ida por el retrete del pequeño cazador tradicional recalcitrante a la reconversión, ese que se niega a consumir, y que por ello está condenado por estos señores conferenciantes a que se lleve de la mano su cultura tradicional para pudrirse con ella en las cloacas.

PIDEN AYUDA. ¿MERECEN AYUDA?. LOS QUE QUIEREN RECOGER SIN CONTRIBUIR.

Para colmo, ya está el Presidente Gutiérrez (con la ayuda indispensable de los grandes productores y grandes propietarios) llamando la atención de las administraciones autonómicas para apercibirles de un poder económico emergente.

Poder económico que no es, ni mucho menos, comparable con el agrícola o ganadero, no sólo por su cuantía, sino, sobre todo, porque es un poder económico profundamente sumergido. Efectivamente, estos señores pretenden recoger frutos sin hacer los deberes. Disponen de un sector en el que casi todo funciona con dinero negro, y se creen con capacidad moral para hablar (y exigir) a las administraciones.

Los Señores de La Caza (los nuevos ricos de la caza, que nada tienen que ver con los Señores de la Caza de hace unos años) van con sus flamantes corbatas, pero muchos de ellos se las han comprado con dinero sumergido, lejos del control fiscal y muy lejos del pago de impuestos del que la sociedad debería beneficiarse.

Hablan con los Ministerios, reciben subvenciones, pero pagan los jornales de los ojeadores de sus fincas en billetes de color verde. Muchos de ellos contratan a las rehalas de sus monterías pagándolas con puestos, que después se revenden en el pequeño mercado de bares y armerías, o en el boca a boca, con rollitos de billetes cogidos con gomas elásticas, lejos del ojo implacable de Solbes.

Los productores de caza generan empleo, sí. Y mueven dinero, sí. Pero tienen escasa afición a dar altas en la Seguridad social, a expender facturas por cacerías o a declarar los beneficios de sus acciones.

Los demás trabajadores, empresas privadas y autónomos estamos sometidos al yugo implacable de Hacienda, al deber moral de la contribución social con nuestros trabajos y nuestro ímpetu productivo. Pero ellos, no: muchos tienen fincas que no dan beneficios, a pesar de tener gran capacidad de producción cinegética...¿cómo se explica esto?: porque sus beneficios van de somier en somier, alimentando el mercado negro de nuestra cinegética.

Hace unos años, esto era tradicional y notorio, pero revestía menor importancia, porque la mercantilización no se había generalizado: los “señoritos” daban sus pichivatas en negro, pero las sociedad de pueblo lo único que hacían era sacar licencias (si eso) y pagar su cartuchería, gastos de armerías y adminículos necesarios, todo, por regla general, en establecimientos dados de alta en el ramo, con lo cual se trataba de actividades “en A”. Pero al generalizarse la venta de precintos, tarjetas, cacerías y timbas cinegéticas, el sector ha quintuplicado su movimiento, pero su movimiento en negro.

Estos “del negro” han pasado a ser los nuevos “Señores de la caza”. Señores que después reclaman a la sociedad que los mire seriamente, como a gente responsable, cuando se niegan a contribuir con su dinero al bien social común, con las infraestructuras y con los ingresos del Estado.

¿Será el siguiente paso que los productores pidan indemnizaciones y subvenciones para bajar su disparatada producción?.

He aquí la gran falacia de la cinegética moderna (gran diferencia con los otros dos sectores, ganadería y agricultura): que está erigida sobre los escombros morales de cuatro trincabilleteras que no contribuyen al bien social y que quieren que la sociedad encima les mire con respeto cuando gritan desde La Castellana; quieren que la sociedad les ayude y les subvencione mientras, por otra parte, arruinan la cultura cinegética tradicional y obligan a la reconversión al cazador de a pie o a su exclusión de la caza legal.

LA PUNTILLA. EL GRAN PELIGRO.

Un gran peligro se cierne sobre nosotros sin que la mayoría se percate, e incluso con la colaboración generalizada de los cazadores que son las verdaderas víctimas:

Hemos abandonadota las justificaciones morales para nuestro ejercicio.

Hemos desterrado la posibilidad de que la caza sea considerada simplemente como un derecho inherente al hombre, una actividad necesaria para integrarnos en la naturaleza y para que nuestra presencia en el medio sea beneficiosa en lugar de meramente interventiva.

Estamos centrando cada vez más la justificación de nuestra actividad en el rendimiento económico.

Y todo lo que se basa exclusivamente en un rédito económico tiene una desaparición subvencionable.

Tarde o temprano la sociedad puede subvencionales para que dejen de producir, al igual que a nuestros padres les han subvencionado para arrancar manzanos, o para dejar en barbecho lo que antes eran dorados campos de trigo.

Evidentemente, a los productores una cosa u otra les da igual_ lo que no reciban por un lado, lo recibirán por otro. Pero, ¿y a nosotros, los cazadores?.

¿Nos da igual cazar que no cazar?.

El dinero no será para nosotros. Sin embargo, nos pedirán que acudamos en rebaño a manifestarnos por las calles por unos intereses que no son los nuestros.

El dinero se lo llevarán propietarios y productores a sus faltriqueras para indemnizar su falta de beneficios. No será para el cazador de a pie que, de un modo u otro, tendrá que colgar los trastos, verá vulnerados sus derechos fundamentales, y tendrá que comerse su cultura ancestral con patatas. Quizás, sólo quizás, algunos se sumerjan en la clandestinidad para poder seguir saciando la sed de sentir.

Porque sólo cazando siente el cazador.

Alfredo Elvira Serrano.