jueves, 4 de junio de 2009

LA COSECHA

Interesado por bucear en el lenguaje escrito, a ver si algún día consigo algo de valor, aprovecho este artículo para hacer un experimento a ver cómo me pinta: divido el artículo en dos temas que no tienen nada pero nada nada que ver. De hecho, son temas contrapuestos. Es raro y casi nadie lo ha hecho, pero yo voy a aventurarme en esta singladura dialéctica. La primera parte habla de los que pisan y de los que se dejan pisar. Vamos, eso que vemos todos los días en nuestros trabajos, en la calle y en los telediarios. La vida misma. Es un artículo existencial. La segunda parte es la felicitación a un compañero cazador por el reconocimiento que le han dado. Como veis, un tema es el contrapunto del otro pero a ver qué tal queda. Así poco a poco voy aprendiendo a jugar con las herramientas que los buenos escritores utilizan, a ver si algún día me logro parecer a ellos, que para eso se aventura uno a escribir muchos días.

Se me ha ocurrido también poner dos dedicatorias diferentes, una para cada parte del artículo. Dedicatorias que, como el artículo en sí, no tienen nada que ver una con otra. Venga, vamos con ello. Si sale mal, disculpadme, el siguiente artículo a ver si me esfuerzo un poco más.

1ª dedicatoria: A los que no se dejan pisar y, por ello, siguen abajo pero con honradez y dignidad personal.

2ª dedicatoria: A quien dicen que es un gran escritor y cazador y por fin ha conseguido reconocimiento a tan duros años de trabajo.

1ª parte del artículo:

Dice el dicho que unos cardan la lana y otros llevan la fama.

Unos trabajan, y otros viven del trabajo de los demás.

Unos callan y se desenvuelven honradamente, y otros se dedican al trapicheo, al negociete, al paseo por los despachos, a adular, a mamarla...

En todos los ámbitos de la vida pasa igual...una clase media mantiene a los de abajo (desfavorecidos) y a los de arriba (chupópteros, pelotas, colocados a dedo y politiquillos). Alguno hay que llega arriba con mucho esfuerzo sin perder su dignidad, pero no es el caso y total, son cuatro pioneros.

Entre medias hay muchos que, en lugar de esforzarse con su propio mérito, intentan ganar etapas, a costa de todo, claro, no a costa del trabajo.

Hay incluso gente que se apropia del trabajo de los demás, y que se permite hasta comprar (en el mejor de los casos) trabajos que han hecho otros y venderlos como suyos propios. En el trueque compran también el silencio del manufacturero. El dinero, chico, el dinero. Lo que compra el dinero.

Hay pelagatos y tuercebotas en todos los gremios: chavalines que, por regla general, no saben hacer la O con un canuto, pero que suplen esa gran carencia con labia, baboseo, pelotilleo y eso que todos sabemos...Quieren llegar arriba a toda costa, cueste lo que cueste.

Vaya morro le echan al asunto, pero vaya morro. Y, sin embargo, ahí están, en el candelero, sonrientes, recogiendo parabienes, como aquellos soldados que pasaron media guerra en la trinchera mientras avanzaban sus compañeros, pero que recogían sus medallas cuando los otros morían acribillados. Y ellos con el uniforme impecable, limpio de todo barro y de toda sangre.

Esto es como todo: calla ahora, tápame, que yo después te tapo y me callaré. Y para que no te vayas de la lengua con tanto como has tapado, de cuando en cuando te doy unas palmaditas en la espalda, un premiecillo, alguna coseja. Aupémonos en la cucaña, que entre varios es más fácil. Entras en la camarilla, pero para entrar, tienes que pasar por la gatera. Pagas el precio, rebajas tu dignidad (te la comes con patatas, vamos), te tragas tu honrilla (si es que alguna vez la tuviste) y después ya verás cómo te va en la vida, muchacho.

Cervecitas por aquí, gambitas por allá, dorada de píldora, hablar con dobles palabras, decir lo contrario de lo que se piensa cuando es conveniente, puñaladas por la espalda...en fin, el “Paso de buey, bocado de lobo y hacerse el bobo” en el que algunos son tan expertos...y...voilà, ya está. Situado socialmente, ubicado en el grupito...te llaman, te adulan...Empiezas por fin a recoger frutos, a cosechar, después de tantos años de barbecho y de poner piedras en las parcelas de los demás para romperle el peine a sus cosechadoras, llega la siega y aumenta la parva en la era tuya tras tanto baboseo y de tragarte tu dignidad en las noches solitarias de llanto y rechinar de dientes.

Te lo mereces, chico. Te mereces un premio, un carguito o un sueldecín...Olvídate de lo que tuviste que hacer, de lo que tuviste que comprar para decir que era tuyo...olvídate de aquellas conversaciones por teléfono. Nada, nada: ahora se abre ante ti un mundo de oportunidades. Y además tienes derecho a empezar a pisar. Puedes servirte ahora (que estás un poquito más arriba) de los que tienes por debajo para ofrecerles subir también a ellos y que ellos te aúpen. Moldéalos como te moldearon a ti. Hazles besar el barro, tragarse su propia conciencia...hazles sentirse tan vacíos como tú. Eres el “number one” el “wisa” y tienes que meter a los nuevos reclutas en la taquilla para molerlos a patadas, como ha sido siempre. Coge tu toalla, muchacho, y envuelve la pastilla de jabón para despertarlos de golpe en plena noche a porrazo limpio...vamos, la costumbre del cuartel. Ha llegado la hora de que te desquites. Quién sabe, quizás te animes por fin a hacer los primeros pinitos con algún parrafillo corto propio, vete a saber...Quizás algún día escribas tus propios discursos...

Esto es un mundillo pequeño, hombre, enseguida se nota el que está arriba y el que está abajo. Tú ya te lo has currado un poco, tienes derecho a empezar a disfrutar.

¿Y del tema en el que dicen que eres un experto?...Pues de eso, ni puta idea. Ni falta que hace, claro. Otros ya hicieron el trabajo sucio por el muchacho, y otros plasmaron lo que debía haber plasmado él. Si esto es como todo, hombre. Para ser Ministro, no hacer falta entender de la materia: te rodeas de gente que entienda, ¿no?. Algunas veces, en sus reuniones obligadas para hacerse hueco en este mundillo, tuvo la desagradable sensación de estar haciendo algo que no le gustaba, pero era necesario comportarse como un machote para introducir el pico en el gallinero y hacerse pronto una composición de lugar de quienes eran los que picaban a los demás y quienes los pollos desplumados que siempre andan por las esquinas...(claro, esto no lo comprenderá quien no haya visto un gallinero en su vida, pero bueno, es un símil literario).

2ª parte del artículo:

Bueno, que no estoy hablando de lo que quiero hablar, que se me va la cabeza a otras cosas totalmente diferentes. Vamos con otra cosa, cambiemos de tercio e, incluso, de toro: el contrapunto a lo que contaba: frente a los que chupan del trabajo de los demás, están los que suben alto a base de esfuerzo propio (o, eso, al menos, es lo que dicen).

Escribo aquí esto que voy a poner porque acabo de leerlo y quiero dar mi pequeño homenaje a un compañero cazador (de profesión creo que asesor contable o similar) que los que le conocen dicen que escribe muy bien de caza, se supone porque también ha cazado (claro, si no, no le habrían dado un premio de eso, ¿no?).

Pongo abajo la referencia y vaya por delante mi felicitación por el encumbramiento de alguien que empezó desde bien bien abajo.

Un fuerte saludo, hombre:

PREMIO PERIODÍSTICO DE LA RFEC A RAFAEL LURUEÑA DELGADO, con una amplia trayectoria profesional de promoción de la caza y de sus valores en diversas publicaciones especializadas, con múltiples artículos y entrevistas publicados en los que ha difundido también toda la actividad federativa. Ha sabido poner en marcha con enorme éxito una página web que en materia cinegética es uno de los referentes de este país.

Nota importante: Por razones que se me escapan, se me han cambiado las fotografías de sitio y no encuentro la manera de colocarlas correctamente, no sé qué diablillo informático se ha metido en mi blog que no puedo ponerlas cada una en su lugar: a ver, lógicamente la del trofeo va donde pone lo del premio de Rafael Lurueña, y la de la ladilla asquerosa esa va donde habla de los trepas y chupópteros, arriba. Pido disculpas por la mala imagen y por este trueque informático totalmente involuntario achacable exclusivamente a mi torpeza periodística. Esto de los códigos HTML es un lío que no veas.

Nota 2: Texto propiedad del autor. Prohibida su reproducción total o parcial sin su consentimiento escrito.

martes, 26 de mayo de 2009

LA EJECUCIÓN


Los últimos truenos de la tormenta se alejan.

Han cogido la dirección del Jarama y llegarán remontando media sierra hasta el Bornova, como si quisiera (la tormenta) hacer un viaje atrás en el tiempo, desde las iglesias mudéjares que todavía miran a Roma con su Sagrario (igual que tumbas visigodas encastradas en el granito serrano) hasta las viejas y pizarrosas prerrománicas, negras y rechonchas como sus gentes. En la falda de la Sierra, robando a los pinares la luz de la tarde, se ha juntado con otra que ya venía por el río y se ha vuelto más fuerte, más oscura, y unos truenos han saludado a los otros como viejos amigos que se encontraran en dos pandillas tras una buena juerga, dispuestos a tomarse “la penúltima” juntos al final de la Sierra, en alegre algarabía de gritos y bravuconadas.

Sin embargo, otras veces, cuando se juntan dos tormentas, se calman. Van acercándose y se quedan en silencio, y los gordos nubarrones grises y negros acaban fundiéndose y retozan juntos sobre un monte verde oscuro, nevado de flores blancas de jara, que miran cómo los amantes del cielo se calman uno con otro. Parecen dos tormentas de distinto sexo, que se regañan en lontananza, ignorando que cuando se junten su fuego interno se apagará con el agua del otro.

Ya pasó el vendaval de remolinos que llenó el aire del monte, y pasó ese olor primero de tierra mojada que, sin estarlo, anticipaba felizmente la nube, sacando al aire sus últimas reservas de agua para llamar a la tormenta y atraerla con su perfume, pensando que el agua llama al agua, como el polvo llama al polvo. Exprime la tierra su panza reseca para exudar su perfume de aguas pasadas, para llamar a la nube y que la preñe de miles de aguas lejanas, de olores de otros montes que sólo Dios sabe lo lejos que están. Aguas de otras tierras que se exprimieron barruntando la tormenta, aguas que acabarán enjugando la cara de la novia más hermosa del mundo, bañándola de ládanos escurridos, de mieras añosas, de barros rojizos como la sangre serrana.

Pasada la nube, nació el corzo.


Vinieron sus huesos verdes como juncos a caer en la tierra mojada, porque no había otro acomodo más acogedor en esa tarde de lluvia de Abril.

Y comenzó sus días de golpe, sin previo aviso, como empiezan los días de todos. De golpe expuesto a los fríos todavía fuertes de las noches, a los ávidos tábanos del verano interminable. Expuesto a la chupada de la garrapata sedienta y al mordisco del gandano, que no perdona. Expuesto a los miedos, a sustos y sobresaltos.

Expuesto a su propio padre que, un buen día, gruñón como siempre, decidió largarle de su pedazo de monte porque ya estorbaba.

Exiliado de su propia familia, repudiado por mil olores hostiles que le
anunciaban desde las rameras bajas de los enebros, desde los candiles leñosos de
los grandes romeros, desde las estepas peladas por viejos cuernos de viejos
corzos, que allí no era bienvenido, que se buscara otro terruño todavía más
lejos si no quería salir caliente de aquél.


Y se habituó a un nuevo laderón, apretado de duras marañas, encerrado en los calores asfixiantes de una solana bien ventilada. Un nuevo príncipe para sustituir a un viejo rey muerto. Y encontró un rincón donde se le juntaban dos brisas, y durmió en los encames nuevos bañándose por aires de idéntico olor a jara que las praderas que le vieron nacer.

Y siguió su vida dura, libre y secreta. Y bañaron sus lomos cien lunas con cien rayos de plata. Y peló sus cándalos contra los cándalos de las estepas y jaras, y bañándolos con sus láudanos llegaron a ser iguales. Y se hizo monte con ello, fundido con las ramas, porque todo lo que convive se acaba fundiendo (como cuando se encuentran dos tormentas). Y por eso los corzos llevan ramas de jara estepa en sus cabezas, porque son monte. También por eso, cuando los hombres miran al monte, no los distinguen con sus miopes ojos ni los huelen con sus taponadas narices, ni los oyen rumiar con sus atrofiados oídos, porque sus cándalos y los cándalos de las jaras son lo mismo; su olor y el de los ládanos es idéntico; su sonido y el de la brisa entre los tallos son iguales.

Y hubo un día en que el corzo señoreaba su imperio, su pequeña ladera ya era suya, y nadie osaba pisarla. Él adquirió hasta el derecho de expulsar a sus propios hijos.

Y nadie tosía bajo el yugo de los gusanos, o se quitaba una garrapata, o se rascaba en un chaparro en su ladera sin que el corzo lo supiera.

Un seboso en una tasca rumia con indiferencia su propia miseria.

Viste de camuflaje, porque así cree que la gente del monte no le ve.

Aunque se ve su gordura desde lejos. La gente del monte lo sabe. Oyen sus escupitajos media hora antes de que llegue, sudoroso y jadeante, a pisar siquiera el terreno. La gente del monte le oye. Huelen su asqueroso olor a sudores rancios nada más abrir la puerta de su flamante coche, emponzoñando el olor fresco de la tormenta recién pasada. La gente del monte le huele. Y hasta la gente del monte siente bajo sus pezuñas las pisadas desaliñadas del seboso, pues la tierra que les vio nacer (su madre) les advierte muchas veces del cuidado que han de tener.

Un seboso en una tasca rumia con indiferencia su propia miseria.

Montó su vida en un castillo de naipes, lleno de fanfarronadas de bar, bravuconerías de pandilla, figuraciones que no eran más que palabras vanas.

Intenta llenar su vida vacía de cosas que no le llenan. Piensa que, quizás, con un buen número de ellas, aunque cada una por sí sola no le diga nada, puedan hacer algo por abultar su seca miseria.

Y hubo un día en que el seboso con pocos escrúpulos se sintió con autorización para arrancar una vida que desconocía. Quebró los olores del monte con sus olores. Rasgó el aire entre las jaras con el trueno de sus chasquidos. Partió el aire en dos trozos con los brillos de sus prismáticos. Puso olor, trueno y relámpago de peligro y muerte en un lugar puro donde tormentas y cierzos habían campado. Hubo alguien que, sin pensar, creyó que podría bordear a su antojo el terreno de otros. Alguien capaz de segar sin entender siquiera qué era lo que iba a recoger.

Y con su foco con filtro rojo, y su rifle con silenciador se dio un paseo, alumbró al Rey de los corzos, y arruinó su vida en un segundo. Arrancó su cabeza para intentar arrancar de su alma un trozo más, así de vacío estaba. Pegada a su pared estaba ya su vida entera, y él vacío, y su mente acallada, y aún así sentía un desasosiego que no conseguía entender.

Un cuerpo de un corzo se pudre en el monte. Vuela su carne hecha moscarda, corre su paletilla hecha gandano, miran sus ojos de nuevo hechos corneja. Hasta que una nueva tormenta lava su muerte y sólo quedan sus tuétanos sobre la arcilla, y una pita atada a una jara.

Y una ladera sin su rey espera a un nuevo príncipe, ignorando la desidia de los hombres, bañándose con la luz de plata de la Luna de un Abril algo más vacío. Porque el cordonazo eléctrico del trueno no se confunde hoy con el ronquido grave y bronco del Rey de los corzos.

Un seboso en una tasca rumia con indiferencia su miseria humana.



Su miseria de furtivo.

Nota: Fotos y texto propiedad del autor. Prohibida su reproducción total o parcial sin su consentimiento escrito.

martes, 10 de marzo de 2009

LOS MISERABLES

Esta historia no es, desgraciadamente, ni una parábola ni una fábula. Ha sido tristemente real, y paso a contarla por lo que le ha pasado a un cazador al que le han chafado el terreno donde cazaba. Se lo han chafado pero bien.



Para algunos, el terreno donde cazan es simplemente terreno, es decir, una sucesión de lomas, cirates y vallejos, montes y siembras. Un cacho de planeta donde pegar unos tirillos, un cacho tierra que comprar y vender con todo lo que tiene encima. Para otros, como nuestro amigo cazador, cada mata es un recuerdo, y este es el caso del hombre que os cuento, para que sepáis lo que me ha transmitido que siente cada día ahora al levantarse, e incluso muchas noches cuando intenta conciliar el sueño, que se muestra remiso a caer sobre él, tantas vueltas le da al coco. Una mezcla de pena y rabia, por la incomprensión de la gente, incapaz de valorar lo que tiene, porque lo tiene regalado y gratis siempre que quiere y, a fuerza de regalado y gratis, lo dejan de apreciar. Es, a veces, cuando viene alguien de fuera que pone en valor las cosas, cuando se dan cuenta de donde viven, aunque si el que llega de fuera es como el de la historia que os cuento, más le vale que no hubiera nacido para llegar así a ningún sitio. Más le vale que se hubiera quedado en proyecto de mediocridad antes que nacer para reventar todo lo que toca, para fastidiar a gente como nuestro amigo cazador, un hombre sencillo, cazador de bota gastada y perrillo modesto sin “pedigrí”, cazador de los que lo han mamado, cazador de a pie que, en este triste país, es algo así como decir cazador en vías de extinción ingresado en la unidad de quemados.

El terreno de nuestro amigo cazador es algo más que un simple terreno; es su Tierra (con mayúsculas), la tierra de sus ancestros, donde echó los dientes como cazador de menor y donde se le metió el veneno de la mayor.

Tierra regada por el sudor de varias generaciones de su familia, tierra apreciada y fértil; fértil en parir frutos, caza y recuerdos. Tierra preñada de sentimientos y de motivaciones, de ilusión y de proyectos de futuro.

Tierra donde el cazador esperaba contemplar los primeros pasos de su hijo buscándose a sí mismo en el monte, avanzando con cada paso detrás de las piezas hacia su propio “yo”.

Una Tierra (con mayúsculas) ganada palmo a palmo con esfuerzo y restricciones, defendida de otras agresiones y por ello apreciada y querida. Una Tierra a la cual su abuelo defendió, como agricultor, de los excesos de los venenos y herbicidas que se empezaban a implantar, ante el desprecio del resto, que veían en el veneno futuros prometedores. Burlas que, aún hoy día, afloran en la miseria de las gentes que rodean al cazador, incapaces todavía de comprender las consecuencias de sus actos y la irreversibilidad de su insostenible modo de vida, endurecidos los corazones por las mil maldiciones por ellos dichas a quien, como su Tierra, les daba de comer, pagándoselo con riegos de veneno.

Una Tierra de la que se arrancaba lo justo sin explotarla, lo que diera sin exigirla más, y después no fue ya suficiente, tenía que ser más, y más, haciéndoles la rosca a las multinacionales porque los agricultores eran prisioneros de ellas, de sus certificaciones, de sus antifúngicos y quemantes. Porque hasta para sembrar un simple pepino ya tienen que recurrir al veneno; porque es una deshonra como agricultor que tu melonar produzca menos que el del vecino (envenenado más que el tuyo), en lugar de buscar otras soluciones (que las hay) sin importarles tanto el “qué dirán”, y sin restregar por la cara de la gente sus pequeños logros de tomates cargados de organofosforados sistémicos.

Esa Tierra con mayúsculas la van a apuntillar los que no la aprecian. Los que se han atado a ella como podrían haberse atado a una prostituta para pasar un buen rato, o los que, peor todavía, la han convertido en una prostituta no siéndolo.

La van a mancillar los que la maldicen y escupen mientras la labran, porque no ven en ella más que un puñado de cantos, un montón de cerros y chaparros que malvender al primer postor que aterrice con tal de salir de una miseria buscada, y con tal de que no sea conocido, que venga de fuera.

Gentes que no han sabido inculcar en sus propios hijos el amor a la Tierra que les vio nacer. No para evitar que se fueran, sino para evitar que al volver, lo hagan dañándola.

Esos, que antes rieron la ocurrencia de un hombre honesto (el abuelo de nuestro cazador, el hombre que ordeñaba los olivos como a sus ovejas porque vareándolos se dañaban) de no abusar de los herbicidas (siendo todos ellos agricultores), ahora ven cómo mueren grillos y calandrias, liebres y sisones por sus abusos; ven cómo hierbas ancestrales que se usaban para curar heridas ya no pueden crecer debajo de la gran encina, y cómo no recogen cardillos y collejas en los perdidos (porque se envenenan ellos mismos); ven cómo las aguas de manantial no pueden beberse sin caer enfermos, tal es el grado de ponzoña que han fumigado sobre su santa Tierra. Gentes egoístas (que lavan las cubas de herbicida en los navajos, acabando hasta con los juncos que mascaba el abuelo del cazador en las esperas), gentes cortas de miras que viven con total indiferencia el declive de su propio modo de vida, firmado bajo el yugo de la marca TOTAL. Gente con sus labios fruncidos por cuatro duros podridos que sólo les dan para seguir chapoteando en el barro de la miseria administrativa en el que ellos mismos se han encerrado. Encerrado por no exigir a tiempo que no vendieran su dignidad de agricultores a una mísera subvención, por no sacar los tractores a la calle a su hora y en su día, por haber rechazado una y otra vez la posibilidad de agruparse y hacerse fuertes (desconfiando de quien les aprecia y haciendo caso al extraño). Enterrados en el olvido agrario por su cortedad de miras, por volcarse en un negocio mantenido y atado en lugar de uno propio y libre, por dejar hacer y dar poderes a unos vendidos que no salieron en su defensa cuando hacía falta. Labios sellados para siempre en una mueca de miseria moral que los corrompe y los corroe cada día. Miseria moral que los hace rechazar de plano propuestas de desarrollo sostenibles y respetuosas, y abrir los brazos a otras, amigas del artificio, para acabar de destrozarlo ya todo, porque ya todo les da igual, ebrios del vino del dinero fácil y de la vergüenza de su propia indignidad.

Criados en la dureza de un terreno al que no aman y del cual se sienten esclavos y prisioneros, deciden vengarse ahora de la que les da de comer (su tierra) para acabar de sacar de ella hasta la última gota de su jugo, aún a costa de su pobre futuro, que han puesto en manos de cualquier extraño sin escrúpulos que ha llegado prometiendo lo insostenible, aprovechándose de su falta de capacidad de análisis, y al cual idolatran por novedoso y desconocido, acostumbrados ya por esta política de subvenciones a que otros les saquen las castañas del fuego en lugar de luchar por lo suyo propio.

Son marionetas manejadas por los que siempre han mandado sobre ellos, y condenadas a obedecer sin pensar, a medrar bajo manta antes que sobre ella, a poner el cazo aún a costa de su dignidad y de su propio futuro.

Desconfían del que vive con ellos, de nuestro amigo el sencillo cazador de a pie, porque imaginan que no puede ser que uno de ellos quiera salir de su rebaño de borregos que miran abajo, porque sería demasiado duro reconocer su propia verdad en la verdad del vecino, porque prefieren no saber que están enfermos de muerte, mientras se mueren. Niegan la mayor porque tienen miedo de salir del cardumen sin siquiera saber si hay tiburones en derredor.

Inventan patrañas para justificar su actitud mísera y corrupta, para no reconocer que su futuro es incierto, dado que no piensan luchar por nada, ni por él mismo.

Y llegó el listo de fuera, el que ha hecho eso ya muchas veces en otros lugares ahora secos y yermos, el que se pone a contar billetes en la casa del pobre, a sabiendas del magnetismo que provoca, salivando sus sucios trapicheos futuros.

Llegó el déspota que rumia en su egoísta mente “Les quitaré lo que tienen, porque yo lo quiero. Les robaré lo que ha llegado a ellos, porque no lo aprecian. Me saldrá barato, porque no me van a exigir pagarles el daño que hago. Me aprovecharé de su imbecilidad y seré dueño de sus necesidades, porque yo se las voy a crear nuevas”.

Y compró las pocas voluntades libres que había, pasando por encima del pobre cazador, que predicaba en un desierto de desconfianza. Lo compró todo como él bien sabe hacerlo: “...Un precinto de corzo a cambio de tu voto”. “...Haz lo que quieras, yo te dejaré”. “...No quiero guarda que vaya a cumplir la Ley”. “...Todos haremos lo que queramos”.

Y sigue rumiando el impostor:”...A cambio, yo me llevaré lo que no apreciáis, y no os pagaré el daño que os voy a dejar para siempre en esa tierra que maldecís.”

Y así, el cazador, pensaba que estamos en un mundo al revés en el que los que defienden el monte figuran como agresores, y a los agresores les llaman benefactores. Los que quieren lo mejor para el pueblo, son ahora proscritos, y los que quieren sacar el jugo a la Tierra, son acogedores padres que dan futuro y empleo.

De este modo, una vez más, el gigante de los pies de pienso ha dado un paso adelante, andando sobre la miseria de la gente y prorrogándola un poco más. La ameba de la basura de granja ha entrado un poco más en la sierra, fagocitándolo todo a su paso, haciendo nuevos esclavos de su inmundicia.

La perdiz brava y silvestre es la competencia de esta empresa: hay que destronarla, exiliarla, erradicarla. Y cuando ya no haya perdiz brava, toda la perdiz de granja será de verdad, pura y sin mácula, porque ya no habrá blanco con quien comparar su sucio gris. Y se perderá en la memoria de unos pocos nostálgicos (a los que llamarán, como ahora, locos ilusos) el hecho de que un día fuimos los únicos del mundo en tener una brava patirroja. Y la sucia prostituta sin anillar por la que pagan ahora 65 euros por pieza albinos con la cara colorada y pijos déspotas, será la nueva reina usurpadora, enlatada en fábricas de goma y pienso.

Piensa nuestro amigo el cazador que habremos entonces dilapidado una fortuna heredada, simplemente porque no nos la merecíamos. Por uñas, envidiosos y ñarras, por querer más de lo que se puede tener. Nuestras gentes de campo no la aprecian, porque ya no valen para medirse con su bravura, y la castigaron hasta su muerte por ser tan brava, y ellos tan cobardes. Piensa nuestro cazador que cada vuelo inalcanzable, cada galleo burlón de nuestras bravas les ha ido cavando su propia fosa, porque eran una sorna ante inválidos escopeteros con más ganas de tirar que de andar, con más ganas de zampar chuletas que de rasgarse los pantalones en jarales y perdidos.

No la valoraron, y la ameba del pienso la devoró. Como los devorará a ellos y a sus recuerdos cuando no sepan más que abrir cajas y fusilar gallinos, tal es el tristísimo futuro que les espera a tan infame casta de perdedores de pueblo.

Dejo a nuestro cazador las últimas palabras de esta historia:

Ignorantes: tenéis lo que os merecéis. Saboread el insulso galleo de vuestra nueva prostituta e intentad sentir algo en sus brazos, a ver si es posible que alguna vez en el resto de vuestras míseras vidas, podáis sentir lo que con un solo vuelo de una recia, brava e incomparable Reina de las patas rojas.

Iros a la mierda.


EPÍLOGO

Ahí le dejo, rumiando su fracaso momentáneo...sin duda encontrará su lugar en otro sitio, lejos de sus raíces, sí, pero al fin y al cabo unido a ellas por la interminable continuidad de las sierras y de las chaparras...Cada brava perdiz que salga en su nuevo lugar quizás se la imagine bajo sus estepas en la ladera que le gusta manear y, sin duda, mientras se encuentra de nuevo a sí mismo en cualquier lugar de nuestra castigada piel de toro, se sentirá de nuevo unido a sus ancestros con cada lance, y sentirá cazando, cosa que la gente a la que tendió la mano y se la rechazó no podrá hacer ya nunca, pues se han vendido al tiro a calzón quieto sin esfuerzo.

Nuestro exiliado seguirá buscándose y encontrándose, pues la pieza más difícil de cazar para un cazador es él mismo, es conocerse a sí mismo, porque cada paso que da en pos de la pieza es un paso hacia el interior de su propia persona.

Esa caza interior, que hoy día cada vez menos personas conocen, esa caza que surge del sentimiento y de escuchar el corazón de cada uno, es la que le reserva la vida a los verdaderos venadores; y entonces, sólo entonces, no importan lugares ni lances, porque el cazador se mueve en otro tiempo y otro lugar muy diferente...en el monte del sentimiento.

Buena suerte, cazador de a pie...cómo te envidian los que te excluyen...sigue así, sintiendo, porque a pesar de los reveses de la vida, cada día que tus botas hollen los tomillos del monte, será un día más de felicidad y un día más de recuerdos imborrables.

La senda que has escogido es la más difícil, pero es la única que sigue los pasos de los que fueron, hace muchos años ya, delante de ti. Siente sus cenizas guiando a tu corazón, pegadas a la miera de los enebros, forrándote las perneras con zahones de mil ládanos y sangres, haciendo palpitar tu corazón como la primera vez...

Nota: Fotos y texto propiedad del autor. Prohibida su reproducción total o parcial sin su consentimiento escrito.

domingo, 15 de febrero de 2009

LAS CASTAÑAS DEL FUEGO.

Hace unas semanas publicábamos en la web la noticia de que el grupo Altube quería instalar una macrogranja en plena zona LIC de la Red Natura 2.000, en el cerrato palentino, afectando a los términos municipales de Antigüedad, Cevico Navero y Villaconancio, con una producción estimada de más de 800.000 gallinos anuales y una superficie rayana en las 40 hectáreas valladas a cal y canto. Venía ligada a una carta de un cazador afectado que había presentado sus alegaciones personalmente, pero que reclamaba ayuda para luchar contra tamaña afectación permanente.

La macrogranja en sí ha sido declarada convenientemente de interés público (¿), en teoría acogiéndose al artículo que a tal efecto previene el Reglamento de Caza vigente en Castilla y León, aunque cualquiera que se lo haya leído observa que no procede, puesto que es premisa indispensable para tal declaración no afectar negativamente al medioambiente, cosa que evidentemente en este caso no se cumple.

En nuestra sección de noticias, por otra parte, publicamos la de que Ecologistas En Acción de Palencia, había presentado alegaciones (con una denuncia incluida por no haber podido consultar la documentación en el Ayuntamiento de Antigüedad), sin haberse registrado, en teoría, más alegaciones a la propuesta de impacto ambiental positiva presentada en el Ayuntamiento de uno de los tres términos municipales.

Unas alegaciones impecables, que ponían el dedo en la llaga, y que además (avaladas por informes) hablaban responsablemente de posibles hibridaciones con la perdiz silvestre, en un lugar con perdiz pura. Es decir, unas alegaciones que cualquier cazador de bien habría firmado sin dudarlo. Pero unas alegaciones que no venían firmadas por ninguna entidad representativa de los cazadores, sino por una de las asociaciones ecologistas más importantes de España.

El motivo del artículo (que esta vez será breve) no es otro que el de expresar mi sorpresa ante el hecho de que las únicas alegaciones (aparte de las de ese aguerrido cazador que quiere defender lo suyo, porque lo aprecia) sean de unos ecologistas, a los que además nos los han pintado de negro en todos los medios del gremio y que, ahora, vienen a sacarnos las castañas del fuego ante la indiferencia de los cazadores. Cazadores desagradecidos y envidiosos como corresponde a un gremio en el que impera la desunión, en el que cada cual tira para lo suyo aunque se esté quemando el resto, y en el que todos miran para otro lado cuando se presentan problemas de verdad.

Salvando a las pequeñas asociaciones como la nuestra que, por motivos evidentes de falta de recursos (estamos en pañales) no han podido intervenir en realizar unas alegaciones serias, no se entiende cómo los grandes e inmovilistas organismos de la caza española y las agrupaciones de cierto tamaño (todos ellos siempre dispuestos a decir que nos representan cuando pintan oros), no han siquiera prestado la mínima atención ante una fábrica que les va a plantificar casi un millón de gallinos en el campo cada año. Es decir, ahora que pintan bastos, miramos para otro lado.

Queda patente, para mí, cada una de las siguientes afirmaciones:

1.- Las administraciones autonómicas y locales tienen montado el chiringuito de producción de Declaraciones de Impacto Ambiental a la carta para los empresarios, siempre que pasen por caja, evidentemente, repartiendo parabienes o, por qué no decirlo, amenazando con llevarse el empleo a otros ayuntamientos de diferente signo político. Los técnicos de las Juntas y ayuntamientos le dan a la manivela y sacan declaraciones como chorizos (las declaraciones) bajo las órdenes de los comisarios políticos que sobre ellos mangonean no en interés del ciudadano, sino en interés propio o del partido.

Así, si hace falta que una zona LIC de la Red Natura 2.000 se vaya por el retrete (ante la indiferencia palmaria de Bruselas, todo hay que decirlo, que no controla el cumplimiento de sus directivas y que parece más interesada en cobrar la multa posterior), se va por el retrete.

2.- Los criagallinos de postín campan a sus anchas en este caldo de cultivo, porque manejan grandes sumas de dinero impunemente, tienen contactos en todas las esferas, y se permiten incluso comenzar las obras sin licencia y sin permisos ambientales porque “ya se pedirán si nos lo paralizan” (palabras textuales de un criagallinos), a sabiendas de que en el momento que lo necesiten las Declaraciones de Impacto Ambiental se fabrican a la carta si hay intereses de por medio. Y a la inversa, si se quiere instalar un pelagatos con una granjita de pequeños tamaño, se la paralizan por motivos medioambientales aunque la vaya a poner en un vertedero.

3.- El sector cinegético está vendido completamente al compadreo de las granjas. Las Asociaciones pequeñas no podemos actuar todavía a ese nivel, otras más grandecitas parece que no es su problema (parece que tienen asuntos más importantes que resolver) y las Federaciones reparten gallinos entre sus federados para tenerlos contentos. Hacen caso omiso de las peticiones de ayuda de pequeños cazadores, y van de la mano con los que ponen veneno en los campos para erradicar topillos o con los amigos del pienso barato (Barato). La caza está mercantilizada, funcionarizada y estructurada para dar beneficios, no se necesita gente que dé voces de alerta acerca de los desmanes contra la caza silvestre, esos no convienen. Los que dan voces y salen en las revistas van a La Castellana y después piden repoblar de liebres lo que antes se han cargado ellos mismos. Conviene aumentar la pirámide del despropósito económico-burocrático para abrumar a los cazadores y que sigan pagando, cada vez más, por cazar cada vez menos.


4.- La gente de los pueblos no defiende lo suyo porque siguen con la mentalidad antigua de que el campo no hay que cuidarlo, que seguirá dando. Y que si no da, no es por culpa de ellos (que no lo cuidan) ni de la cantidad de escopetas que salen Jueves, Sábados y Domingos hasta arrasarlo todo, sino por los herbicidas o lo que sea. Que para salir a dar cuatro patadas entre los chaparros, mejor es que venga el de los gallinos y ellos rebañan los que queden. La gente de los pueblos, por regla general, no aprecia lo que tiene (como ellos dicen: cerros y chaparros), y prefieren la raquítica oferta de dos empleos locales para tres ayuntamientos antes que mantener su patrimonio natural, al que nunca (reconozcámoslo) en España se le ha prestado ninguna atención, simplemente por falta de cultura, así de sencillo.

Si a ello sumamos el aumento desmedido de costes en el que ha incurrido la agricultura en los dos últimos años, tenemos a un montón de gente (generalmente además con una media muy alta de edad) deseando que haya un alternativa a sus ovejas que le salen caras, a sus terrenos de cereal que ya no puede abonar por el precio al que se han puesto los abonos, o a su propia infelicidad por tener a los hijos “en la ciudad” desentendidos totalmente de las tierras que deberían heredar. Es decir, un montón de gente que no valora el medio porque el medio no le da ya dinero (incluso no le permite vivir decentemente), desencantada por la falta de inversión y ayudas en el agro, que ve en los gallinos una puerta abierta a tanta miseria administrativa.

En todo este caldo putrefacto, los que menos pintamos somos los cazadores de a pie, que vemos pisoteados nuestros derechos. Cazadores que mientras ven cortar las barbas al vecino, todavía creen que no han de poner a remojar las suyas. Cazadores que no se han implicado en casi ninguna ocasión en ayudar al medio, aunque sólo fuera por cochino interés, que no han dado una vía de escape al defenestrado agro español porque han preferido ir de flor en flor sacando néctar, sin quedarse a cultivar, como puros zánganos que somos por regla general. Hasta tal punto es así que han tenido que ser los ecologistas (a los que nos han pintado como ogros que nos odiaban) y nada menos que los de Ecologistas En Acción (los más ogros de todos los ogros, según la Federación) los que hayan reaccionado con dignidad ante tamaño atropello para ponerse en marcha, no a defendernos (por rebote sí), sino quizás a defender el patrimonio natural, que es de todos (pero que sólo unos defienden). Haya sido por motivos políticos o por una causa digna, el caso es que lo han hecho.

Se nos tendría que poner la cara colorada (si nos quedara vergüenza, claro, cosa que no estoy seguro que nos quede como colectivo) ante este toque de atención y esta lección de pundonor que nos acaban de dar los ecologistas... Cazadores de España...¿qué hacéis con vuestro entorno?. ¿Hasta cuando vais a seguir permitiendo que atropellen y pisoteen lo que heredasteis, os lo arrebaten de las manos, lo malvendan y lo exploten hasta su desaparición, por cuatro perras gordas?. ¿Es que no os importa recibir una herencia de caza salvaje y dejar una herencia de pienso de bote?.

Lo heredado no nos es dado venderlo, porque no nos pertenece. Nos es dado para mejorarlo, disfrutarlo, y transmitirlo a sus verdaderos receptores, nuestros hijos, íntegro o potenciado.

Si seguimos de brazos cruzados (mientras hasta los “malvados” ecologistas nos hacen el trabajo sucio que nos debería corresponder a nosotros, sobre todo a nosotros) acabaremos colgando los trastos por puro aburrimiento, y dejando una herencia podrida de pienso a nuestros hijos, ignorando el esfuerzo que muchos de nuestros padres y abuelos realizaron antaño.

No esperemos que nos sigan sacando las castañas del fuego, porque seguramente se comerán nuestras castañas. Y después no valen lamentos, coño.

Alfredo Elvira Serrano.

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