jueves, 16 de octubre de 2008

LA PUNTILLA (II). MERCANTILISMO Y CAZA.

Escribo al hilo de las declaraciones de cierta persona que, desde que tiene carguito, lee nuestra página y se cree con el deber de arremeter contra nosotros aprovechando su recién alcanzado estatus. No diré su nombre, ya que él no se ha dignado en decir el mío. Y además no es importante, lo importante es lo que dice y, sobre todo, lo que dice que decimos.

Parece que está esperando que publiquemos algo para tratar el mismo tema, aunque evidentemente desde una perspectiva diametralmente opuesta y, por qué no decirlo, totalmente plana, falta de fondo y de capacidad de análisis.

Nuestro contertulio dice que nuestra regla es asimilar dinero con impureza y falta de transacción con autenticidad; habla de que los que supuestamente defendemos eso somos “puristas” e incluso de que nos autodenominamos así (¿?). Expone una serie de ejemplos de caza “pura” con transacción económica y de caza impura sin dinero de por medio. Y finalmente llega al paroxismo llevando al extremo nuestras supuestas ideas y asimilando cualquier sonido de dinero (incluso el de una pichivata entre amigos) con bastardeo, poniendo en boca de los “puristas” cosas que nunca hemos dicho ni pensado.

Para aclarar ideas al respetable, que puede estar confuso con tanto tinglado dialéctico, expongo lo que, a mi juicio, decimos unos y otros. No para intentar ablandar la mollera de este señor que considero con una opinión ya formada -aunque erróneamente a mi juicio-, sino para que no pongan en nuestra boca cosas que ni decimos ni pensamos, aunque pueda parecer así de una lectura plana y torticera de lo que escribimos, una lectura guiada y seguidista.

Cualquiera que me conozca y lea habitualmente a los que pensamos de igual modo al respecto del tema que aquí se trata, sabe qué queremos decir con mercantilismo. Mercantilismo es lo que defienden ahora los señores de la caza, no lo que tenían a gala los señores de la caza de antaño. Como ya expuse en mi artículo “La Puntilla”, muchos señores de la caza han cambiado la chaqueta, y han pasado de defender unos valores tradicionales en la cinegética a la optimización del beneficio a cualquier precio.

Eso es el mercantilismo para mí: no se trata de cubrir gastos con una pichivata, sino de vivir de la caza, es decir, del dinero (y las ilusiones) de los cazadores. Tampoco de reinvertir posibles beneficios en bien de las especies silvestres (es decir, en tu empresa). Mercantilismo es vivir también, fomentar e incluso crear de la nada el nuevo consumidor de caza que, sin ser cazador, quiere sentirse cazador para estar dentro de ese grupito selecto. Vivir de la caza, no cazando, sino a cualquier precio (porque viven de ello, y porque la ambición es su bandera), incluso dilapidando la cultura tradicional cinegética o recurriendo a meningíticos artificios. No se trata de volcar medio saco de panizo en un cebadero, se trata de poner portillos antirretorno en las alambreras o de electrificarlas en contra de toda normativa legal y que, encima, después te aticen un premio de Medioambiente. No es cuestión de montar una tirada de patos con unos amigos en las charcas que hace el río: se trata de criar y cebar patos de granja, encerrarlos en jaulones, crearles el hábito de alimentación diario y, un buen día, forrarte el riñón vendiendo un fusilamiento a unos advenedizos. Se trata no de organizar una montería, sino de alambrear el monte para encerrar en él unos animales con el fin de sacar pasta masacrándolos. Mercantilismo es introducir en un mundo puro y sencillo, la malicia del máximo beneficio a cualquier precio. Mercantilismo es pasarse por el forro el principio de derecho romano del Res Nullius y decir que todo lo que yo meta dentro de mi valla es mío, incluido lo que le choro al vecino. Eso es mercantilismo aplicado a la caza, señor, a ver si nos enteramos.

No me llamo purista, porque no soy puro. Busco sentir cazando, que no es poco para los tiempos que corren, y lo que le puedo decir es que, por ejemplo, detrás de un guía me siento cada vez menos cazador. Siento que caza él, no que yo cazo. Incluso a veces siento que ha preparado un pequeño circo para mí, porque pago. Que ha sido capaz de vender el alma de su amigo como si fuera una entrada de circo (amigo al que ve todas las mañanas) para que un intruso como yo se la lleve de recuerdo. Y así, cada vez me resulta menos posible sentir nada, e incluso me parece imposible que nadie pueda sentir nada, como si fuese un videojuego, o una recreación bastarda de la realidad. No me gusta llegar en un coche, bajar de él, desenfundar mi rifle en un monte que no conozco, y empaparme de lo que veo por primera vez, no me gusta. Me gusta saber dónde cazo y a qué gente (hablando como Dersu Uzala) puedo ver ese día en el monte. Encontrarme con viejos amigos enmontados y bravos y medirme con ellos. Eso me gusta, y creo que es más puro que disparar contra quien no conoces, en un entorno que no conoces. Y, no me negará, que el mercantilismo nos aleja cada vez más de lo primero, y nos acerca cada vez más a lo segundo.

Decía mi amigo Flanagan “el verde” en uno de sus artículos (“Caza y Pasión”) que en la sociedad actual sustituimos el sentir por la velocidad. Que la velocidad es el sentir de los advenedizos, porque a mucha velocidad es imposible sentir nada. Pero que creen que sienten algo porque realmente no saben lo que es sentir algo, y les dicen por todas partes que ESO es sentir, ver pasar las cosas rápido (los montes, las gallinas voladoras o los tapetes con cientos de venaos).

Sentir es dejarse impregnar del almíbar de la vida, y cada día que pago por algo que sé que voy a conseguir, se anula mi sentimiento. Es como intentar sentir qué es el amor pagando a una prostituta para que finja con nosotros: nos estamos engañando y, aunque a algunos les guste el engaño, no pretendan, por favor, que nos guste a todos. Es más, no pretendan imponérnoslo a todos, sobre todo a los que ya sabemos que es un sucedáneo para neófitos.

Decía Ortega que la caza ha de ser impredecible y escasa para no perder su virtud. Y la caza que ustedes defienden desde sus carguitos y sus poltronas, ni es escasa (ojalá lo fuera), ni es impredecible. Dígame qué coños es lo que sienten los defensores del artificio, cuando pagan por algo que saben cómo y dónde va a salir, e incluso pagan por un peso de trofeo o un número de puntos concreto. Díganme qué se siente cuando otro (que sí que conoce el terreno) holla la tierra delante de ustedes, mira por ustedes, y hasta huele por ustedes, les dice dónde tienen que mirar, y hacia dónde dirigir sus tiros. Díganme también qué se puede sentir al pisar siquiera un cercón, más que hartazgo.

Al menos en algo estamos de acuerdo, en que esto último no es caza. Pero existe y debemos criticarlo. Debemos marcar la línea en el polvo del camino para que, quien se sitúe al otro lado, no pueda llamarse cazador a ojos de la sociedad (pues en su fuero interno ya lo sabe, y por eso nos envidia). Al igual que debemos procurar que la caza mercantilizada esté enquistada en su terreno, pero que no lo devore todo con su ambición devastadora, y menos que sea defendida desde nuestras instituciones, desde la propia Federación, desde nuestros medios de comunicación, o desde las tribunas que utilizan la palabra “caza” como reclamo de algo que ni es caza ni podrá llegar a serlo nunca, porque traiciona todas sus esencias.

Dígame qué sentido tiene que un crío de diecisiete años ya haya hecho un safari, cuando debería estar cazando codornices a punta de bota. Los que defienden el mercantilismo o los que, como usted, lo disculpan en alguna de sus facetas, devoran todas las etapas del necesario aprendizaje, y anulan la madurez de los jóvenes cazadores, porque a su velocidad (impuesta por el consumo creciente y por el no mirar lo que uno está haciendo ni , sobre todo, lo que está gastando), es imposible madurar. Fabrican los mercantilistas, ingentes cantidades de fracasados que no han podido encontrarse a sí mismos en una actividad del todo fatua y falta de sentimiento.

Los mercantilistas son lo que las cámaras frigoríficas a la fruta: generan sucedáneos, que no saben a fruta, no huelen a fruta, ni tienen el tacto de la fruta. Sólo se parecen a ella en el envoltorio. Su “caza” no me hace sentir nada y, como yo, a nadie que la practique. Su “caza” no sabe a caza. Porque lo han devorado todo con su insaciable afán, y lo han desnaturalizado hasta el extremo.

Dice usted que no hemos dicho a la gente lo que es caza y lo que no lo es. Se equivoca: eche la vista atrás y verá que algunos llevamos diciéndolo muchos años, luchando contra gente como usted, ambiguos, que a veces dicen que sí y a veces dicen que no, según el sol que más caliente (parece que ahora le ha calentado los riñones la Federación). Gente como usted, que siembran la confusión porque no trazan la línea de lo que sí y lo que no es caza. Primero dicen que no, pero después dicen que ha de ser económicamente sostenible, es decir, que sí. Esa línea que le digo, la que hemos de trazar, es clara y diáfana, bien recta, pero ustedes tienen la misión de pisarla para que la gente no la vea, para que algunos cazadores pasen sin remordimientos al otro lado, al suyo. Al lado del relativismo moral, que es el que da dinero ahora, ¿verdad?.


Llevamos muchos años diciendo lo que no es caza, y ustedes otros tantos llamándonos de todo, echándonos tierra a los ojos mientras intentan patearnos, fabricando el humo de la mentira con el que impedir que se nos vea, azuzando a su jauría de aduladores cada vez que nos agarran, sin seguir regla alguna en esta lucha desigual.

Para colmo del cinismo, se digna en llamar sostenible al artificio. ¿Qué entiende usted por sostenible?. ¿Es sostenible soltar cincuentamil gallinos en una finca y masacrarlos?. Dice (colmo del desparpajo) que ha de serlo en todas sus facetas, y una de ellas es la económica. Yo le digo, que la principal es la ecológica, le sigue la social, cultural e histórica, y, por último, está la económica. Para usted (triste es comprobarlo por sus propias palabras) sólo existe esta última, ahora que está embelesado por la vorágine federativa.

Acaba su panfleto diciendo que todo en esta vida ha de ser sostenible económicamente, tal es su ceguera. ¿De verdad cree que, por ejemplo, acabar con el hambre en el mundo es económicamente sostenible?. ¿Y no debería ser una de nuestras principales tareas?. ¿La sanidad pública es sostenible económicamente?. ¿La atención a la indigencia que hacen las Hijas de la Caridad es sostenible económicamente?. Del mismo modo, la caza tradicional no siempre es sostenible económicamente, pero lo suele ser ecológicamente. Es un bien social, de igual forma que la caza es un derecho inalienable aunque la gente como usted siga queriendo ignorarlo, haciendo que pasemos por caja para adquirir ese derecho. Es insostenible muchas veces (y más cuanto más avanza el poder del mercantilismo en este mundillo, y cuanto más se llena todo de dinero negro no declarado), pero tenemos el deber moral y cívico de conservarla, pues, al igual que el hambre en el mundo, la sed de sentir de los corazones de algunos de nosotros, puede ser calmada con la caza, y sólo con la caza. Con la caza pura, sí, con esa palabra que ustedes se empeñan en pisotear, mancillar y pintar de prosperidad. Con esa palabra de la cual ustedes no son dignos, porque su ambición les hace insuficientes siquiera para pronunciarla.

Habla usted de economía, pero le repito que pasa por alto deliberadamente que se trata de una economía sumergida, fuera del fisco, una economía no contributiva y, por tanto, una economía fuera de la sociedad que, muchas veces, sólo sirve para explotar al personal. Quizás la caza española sea el principal sector (junto con la droga y la trata de bancas) generador de puestos de trabajo de explotación y de dinero negro que existe en nuestro país. Y gente como usted aún defiende esa supuesta “sostenibilidad económica” (en negro, claro). ¿Cómo le llamaría usted a pagar a los rehaleros con puestos en lugar que con dinero (dinero negro, por otro lado)?. ¿Qué es sino explotación, traslado de riesgos a un tercero y aumento de beneficios económicos a costa del que aporta el trabajo?. ¿No es otra cosa más que fraude fiscal todo el trasiego de ingentes cantidades de billetes en cualquier cacería, desde la más modesta hasta la de postín, no sólo sin facturas, sino a veces con facturas falsas?. ¿No generaría mucho más beneficio social si aflorase este sector sumergido, a pesar de que yo mismo me queje de cómo se distribuyen los dineros públicos?. A esto es a lo que usted debe llamar “mercado libre”: libre (evidentemente) de estar fuera o dentro de la Ley, claro.

Habla usted (orgulloso y sentido) de ese “mercado libre”, como si los “puristas” (como usted nos califica) fuésemos una especie de revolucionarios marxistas; y dice que no nos gusta el “mercado libre”. Si el mercado libre existiese en la caza, señor, la gente que usted defiende estaría barrida del mapa hace muchos años. ¿Mercado libre con un macroproductor protegido?. A eso, señor, se le llama monopolio o, en todo caso, oligopolio si metemos en el saco a sus acólitos y amigos, los que ponen poltronas y sueldecitos. Eso y el mercado libre se parecen en bastante poco, al igual que ciertas asociaciones donde se agrupan los que quieren salir en la foto de los técnicos “con marchamo y a tener en cuenta”; me viene a la memoria cierta asociación de reciente creación en la que se agruparon como un rebañico muchos de los tuercebotas que se han subido al carro de firmar lo que sea a cambio de dinero, a costa de las especies silvestres. No se parece en nada (pero en nada de nada) al mercado libre. Una Asociación para elegir nombres “convenientes” para encargar estudios, y que hace que los excluidos de ella estén condenados al ostracismo.

El mero hecho de mencionar “mercado libre” y referirse a la actividad sumergida, intervenida y servil de la caza mercantil en España debería producirle vergüenza. Pero claro, hace tiempo que la mayoría de la gente que usted defiende dejaron de tenerla.

Sigan, pues, ustedes por su lado, y nosotros por el nuestro: a cada intento de mezclarnos, como el de su último artículo (usted sí que confunde teorías), estaremos nosotros respondiéndoles (desde esta o desde cualquier otra tribuna), para remarcar en el polvo del camino la línea que nunca pasaremos sin dejar de llamarnos cazadores. Así la pisoteen ustedes mil veces, así la volveremos a trazar, tan terca y dura es la verdad que nos han transmitido nuestros antecesores.


Esperando que su próximo artículo dé tanto juego como su respuesta a “La Puntilla” (que más que puntilla, cambiando de tercio, parece que ha sido puyazo en todo el morrillo), les espera con el palito preparado para seguir marcando líneas en el polvo:

Alfredo Elvira Serrano.

Ingeniero Superior.
Formación de postgrado en gestión cinegética.
También organizo monterías, desde soldado raso hasta Teniente General (aunque no he asistido a ningún curso, lo siento).

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