LA ETNIA YANOMAMI Y EL MENSAJE DE DAVI KOPENAWA.
El pasado 2 de Junio asistí con mi mujer en la Casa de América en Madrid a la conferencia que pronunció Davi Kopenawa Yanomami, chamán y portavoz del pueblo Yanomami en Brasil, con motivo de la concesión de la Mención Honorífica del premio Bartolomé de las Casas. Siento que mi móvil sea tan patatero que sólo pueda aportar estos dos daguerrotipos del evento. Esa figura fantasmagórica es Davi Kopenawa.
Davi Kopenawa lleva ya unos cuantos años en contacto con “el primer mundo” para alertar acerca del deterioro de la selva y del estado en el que se encuentra la población indígena Yanomami. Es presidente de la organización indígena Hutukara.
De los Yanomami yo sólo conocía hasta ahora lo que Félix Rodríguez de la Fuente nos había legado en alguno de sus reportajes y en su voz vibrante en unas cassettes que regalaban con los yogures Yoplait, para serles sinceros.
Gracias a la conferencia de Kopenawa y a lo que he buceado después, sabemos que actualmente la etnia Yanomami se extiende por vastas extensiones amazónicas de Brasil y Venezuela, estando castigada por la presión de los madereros, mineros, galimpeiros (buscadores de oro) y los constructores de ciertas infraestructuras en la selva amazónica, a la par que ha sufrido los conocidos efectos del contacto con la raza blanca, bien con la propia muerte de muchos Yanomamis, o en forma de transmisión de enfermedades para las cuales no están inmunizados (acaba de salir una noticia acerca de la influencia de la gripe en los Yanomami, con varias muertes acaecidas recientemente), a la par que con la pérdida de identidad cultural, sufriendo el azote del alcoholismo, etc.
Estos factores se ven agravados por la expansión de la malaria, que ha diezmado sensiblemente la población Yanomami.
Mi interés era percibir cómo sentían los Yanomami la tierra, es decir, conocer cómo era su sentimiento hacia ella. Muchas veces me pregunto si, como ocurre con la propia evolución (que reproduce patrones evolutivos similares en ecosistemas muy alejados pero sometidos a condiciones parecidas) también con la percepción de la tierra por parte de diferentes poblaciones (aisladas entre sí) se da este fenómeno de convergencia en un cierto punto.
La vida Yanomami es seminómada: talan una zona de selva suficiente para sus expectativas a corto plazo, la cultivan durante dos o tres años hasta agotar el suelo, y posteriormente se trasladan de lugar, combinando esta forma de subsistir con la caza y la pesca. Su vida no está exenta de combates con otras tribus, escaramuzas y ajustes de cuentas, generalmente porque los contactos entre tribus casi nunca han sido amistosos desde tiempos inmemoriales por motivos de competencia de territorios. De hecho, a la pregunta de otro descendiente de indígenas brasileños que asistía a la conferencia acerca de si había barajado la posibilidad de unirse a otras tribus como la suya que también habían tenido muertes por los galimpeiros, él dijo no conocer tales muertes y tampoco importarle más que la supervivencia del pueblo Yanomami. A las duras dio a entender que ese trabajo le quitaban de en medio, y que a él lo único que le interesaba era la supervivencia de los Yanomami.
Su exposición se centró casi exclusivamente en evidenciar lo mal que lo están pasando por culpa de las interferencias con el hombre blanco, generalmente gente de escasos recursos que se ve obligada a abandonar las infraviviendas de las grandes ciudades brasileñas para costearse otro modo de vida (empleado de grandes multinacionales madereras o mineras, galimpeiro, o simplemente establecerse en las zonas de transición selváticas para efectuar plantaciones de subsistencia completadas con el pastoreo de un raquítico ganado doméstico). Nota: Me planteo ahora cómo evolucionará este problema con los mundiales de fútbol y las olimpiadas, que exigirán un aumento brutal de las infraestructuras brasileñas y una “limpieza” de los barrios marginales de las grandes ciudades. Creo que todos intuimos cómo evolucionará el asunto.
Davi Yanomami dice que la tierra indígena ya tiene dueño: son ellos. Y que no hay sitio para más. Reclama el derecho suyo y de sus seis hijos (extensivo a toda su tribu) de vivir en paz y armonía con la naturaleza, lejos de los blancos, que no escuchan el grito de la tierra. "Si acaban con nuestro mundo acabarán con ellos mismos. No podrán salvarse".
En toda su conferencia me sorprendió no escuchar ni una palabra referida a la herencia ancestral de la tierra, a la transmisión de conocimientos, a la pérdida de sus lugares sagrados, etc. No dijo ni una sola vez que la tierra fuera suya por ser un legado de sus antepasados, o que la mayor pérdida aparte de la propia vida muchas veces fuera la cultura transmitida, ahogada en los suburbios de pequeñas aldeas brasileñas y venezolanas entre tragos de alcohol y chutes de pegamento.
Eso me empujó a hacerle una pregunta en el coloquio, dado que la mayor parte de las intervenciones de los asistentes se centraban en la organización de su reivindicación más que en ella misma.
- Quisiera saber si uno de los principales problemas del primer mundo es que ha perdido el amor a la tierra simplemente porque no la ha recibido, y lo que no se recibe es más difícil amarlo. Es decir, si la transmisión de la tierra y la tenencia de unas raíces es lo que a las poblaciones indígenas les empuja a valorar más lo que tienen...
Como anécdota, estaba Carmen Sarmiento (conocida periodista interesada por los derechos de la mujer) la cual le comentó que en su última visita a las mujeres Yanomamis de la zona de Venezuela le dijeron que estaban en muy malas condiciones y que cuál era su opinión sobre los derechos de la mujer Yanomami, a lo que Davi Kopenawa respondió llana y campechanamente que la mujer no está ni bien ni mal, que cuando discuten, como cualquier pareja, el hombre coge el arco y se va a dar un garbeo para olvidarse un rato de todo (en ese momento yo, como cazador, me sentí plenamente identificado). A lo que la Sra. Sarmiento y sus acompañantes respondieron abandonando la sala con premura (y no poca dosis de mala educación por no esperarse ni a la siguiente intervención).
Me planteaba yo si esta señora fue consciente de que traslocar los avances en materia de igualdad de una sociedad acomodada del primer mundo a una tribu indígena que está luchando simplemente por sobrevivir es lo más conveniente. ¿Qué quería que le respondieran?.
En la vida real, lo pragmático conduce a la supervivencia, y cualquier cambio (aunque pueda interpretarse desde nuestra óptica como un avance), puede conducir a la aniquilación. Por eso, copiar inicialmente el modelo animal es lo más lógico (y lo que, no nos engañemos, hemos hecho nosotros mismos hasta hace bien poco) si se quiere sobrevivir en las condiciones de dureza que les ha tocado vivir a esta gente.
Quizás ese fue también mi propio problema al plantearle una pregunta que casi no entendió. Mi problema al extrapolar los sentimientos de otras poblaciones indígenas e incluso más avanzadas pero sedentarias a un chamán de una población indígena trashumante.
LA FORMA NÓMADA DE APRECIAR LA TIERRA. LA FALSA ECOLOGÍA DEL PRIMER MUNDO.
En efecto, hablarle de raíces a una persona que no las tiene es absurdo. Nosotros valoramos nuestras raíces porque ellas nos dieron la supervivencia a través de las generaciones, y lo llevamos en la sangre. Ellos no lo han mamado así, porque sus raíces se trasplantan cada cinco años, y la mejor tierra será la que mejor les sustente.
Por eso, el amor a la tierra dura lo que tarda ésta en agotarse, y su defensa lo mismo.
La tierra es suya porque ellos estaban allí primero. Y además porque si no estaban allí pero colonizaron un territorio nuevo, fueron más fuertes Y también porque desde tiempos inmemoriales han defendido el sitio al que se mudaban a flechazos de otras tribus. Pasa ahora que el hombre blanco es una tribu demasiado grande y disgregada como para poder defenderse de ella, pero si pudieran, los expulsarían como han expulsado a otros.
Esa tierra selvática que les ha tocado ocupar no es ni más buena ni peor que otras a las que no han podido llegar. Es la que tienen para subsistir, simplemente. No entran a plantearse dónde enterraron a sus últimos muertos, porque toda la tierra es igual de sagrada o deja de serlo; sólo importa que es su medio de sustento y en cuanto no lo es, deja de ser tierra apreciable, pasan a colonizar la siguiente (no por gusto, sino por supervivencia).
En virtud de una abstracción, si los Yanomami fueran tan numerosos como nosotros, (hombres blancos), acabarían siendo tan destructivos como nosotros.
Su supuesta armonía con la naturaleza se reduce a mudarse de sitio cuando han agotado los recursos (de caza, pesca o la propia riqueza del suelo). Su daño es muy limitado, tanto por el tamaño de sus poblados, como por ser difuso en una extensión tan vasta y tratarse de una tribu altamente disgregada, pero sigue siendo lo letal que le permite su reducido avance tecnológico. Si en lugar de curare pudieran disponer de un arcabuz y unas balas, seguramente lo aceptarían, mientras su supervivencia siguiera dependiendo de ello. Y si en lugar de estar dispersos, se agruparan, su impacto sería mucho mayor. Quizás por eso, precisamente, permanecen dispersos, quizás sea ese precisamente su modo de sobrevivir y de minimizar su impacto en el entorno para seguir teniendo entorno.
De ahí que yo no acabe de entender el mensaje pseudoecologista que el patrocinador de Davi Yanomami en el primer mundo (la Organización Survival) quiere transmitirnos: lo de vivir en paz y armonía con la naturaleza no me acaba de cuadrar con el agotamiento del suelo, la explotación de recursos (a escala Yanomami) y la marcha a otra zona cuando la tierra que acaban de habitar está ya agotada. Quizás deberíamos suponer que si no fuera por su baja densidad serían igual de dañinos que el hombre del primer mundo; que se trata simplemente de un problema de escala, y de mantener un recurso en propiedad, recurso que nunca han tenido que esforzarse en mantener porque era tan ilimitado como la selva que habitaban. No se reclama dinero o ayuda para modificar su modo de vida y reconducirlo hacia una gestión sostenible de su cacho de selva amazónica, sino de mantener su daño puntual igual que siempre simplemente porque es eso, puntual y porque también es propio, tradicional y configura su idiosincrasia como tribu. No me parece que su relación con el entorno sea ni mucho menos comparable con el modo de vida ni con la filosofía bastante más avanzada de algunas tribus y culturas sedentarias. Digamos que si, como dice Davi Kopenawa, el hombre blanco no escucha el grito de la Tierra (cosa que en ningún momento pongo en duda, antes más, estoy completamente convencido), el Yanomami y, como él, la mayoría de los pueblos trashumantes de la selva, no oyen su susurro de advertencia.
Vaya por delante que, sin conocer en detalle cómo ni a qué dedican sus recursos ni qué gastos de organización poseen, es loable la iniciativa de Survival de defender los intereses de las tribus sobre las cuales pende la Espada de Damocles del avance imparable y destructivo del primer mundo, y soy de los primeros en asegurar que sin ellos y sin gente como ellos muchas de estas etnias habrían desaparecido ya, engullidas en los suburbios de hojalata de las aglomeraciones, como la gran ciudad engulló a Dersú Uzalá. Pero considero que no han de vender ideas que no son ciertas, al menos ideas que no se sostienen ante un razonamiento lógico. Deberían centrarse en la defensa Yanomami por su cultura propia y única, por su conocimiento ancestral de la selva y por tener derecho a vivir de la selva como siempre lo han venido haciendo, sin interferencias. Estoy de acuerdo en que nuestro progreso no es símbolo de felicidad (como atestigua cualquier observador al ver nuestro día a día o al comprobar que hasta los funcionarios acomodados tienen un índice de suicidio más elevado que otras clases sociales menos favorecidas). No me parece, sin embargo, que deban vendernos una falsa idea ecologista de amor a la tierra, cuando esa idea, como estoy razonando, no es ni mucho menos tan evolucionada como la de otras tribus sedentarias a las que los casacas rojas regalaban mantas infectadas con viruela.
La sola idea de defender una cultura ancestral y una tribu relíctica es suficiente y debe tener para nosotros tanta fuerza moral o más que cualquier lectura barata y torticera del ecologismo mal entendido por urbanitas del primer mundo. Al menos, yo lo veo así.
La naturaleza endeble del suelo amazónico, con grandes lavados debidos a precipitaciones continuas y abundantes hace que el aporte de materia orgánica neto sea escaso, y que la creación o recuperación del mismo sea muy lenta. Más lenta de lo que tarda el hombre (sea Yanomami o blanco) en extraerla para su autoconsumo o explotación respectivamente. Con lo cual los usos del hombre (sea Yanomami o con más razón el blanco) son insostenibles para el ritmo de renovación de los recursos selváticos, salvo que las intervenciones humanas sean muy difusas y temporales. A distinto ritmo, pero insostenibles en ambos casos para un entorno concreto y reducido. La diferencia estriba, no obstante, en que el hombre blanco tiene otras alternativas y que las tribus amazónicas no poseen más que la migración como medio de encontrar recursos. No las tienen por una parte porque no se han esforzado en mejorar su modo de vida (pues nunca han tenido que hacerlo, al disponer siempre se superficie hábil suficiente para su ritmo usual) y, por otra, porque las ONG no han querido aportarles otras alternativas al considerar su propia cultura y modus vivendi como algo inalterable, aunque pudieran mejorar mucho su situación y, por ende, la del entorno selvático en el que habitan.
Surge de aquí una pregunta importante: si tenemos el derecho moral de negar a estas tribus una mejora (no invadiendo su mundo, ni sacándoles del propio, sino aportándoles técnicas sencillas para mejorar la tan cacareada sostenibilidad de su modo de vida y ayudar, quizás, a su estabilidad y posible sedentarismo a medio plazo) simplemente para satisfacer nuestra avidez de “ancestralidad” o si, como afirman ellos, su forma de vivir es tan satisfactoria que no puede ser variada mínimamente sin afectar a su felicidad e identidad propias. No estoy hablando de intercambiar espejos por lianas tejidas, sino de enseñarles técnicas de gestión agroforestales como dicen ahora “sostenibles” (en un intercambio fructífero de información, recogiendo sus ingentes conocimientos del entorno en el que viven) que puedan ayudar no a asentarlos definitivamente en un territorio, sino a prolongar su estancia en el mismo ayudando a su propia estabilidad y mudando su ciclo destrucción-migración por otro de asentamiento-mudanza con posibilidad de regreso; quizás estudiar una pequeña rotación de cultivos y caza que produzca una rotación de poblados en un entorno más reducido. Esta posibilidad quizás aumente su bienestar (sí, sí, ya sabemos que grande actualmente, pero no por ello sin necesidad de mejoras) y el arraigo en una tierra más rica; quizás se pueda aumentar su amor por la selva no exclusivamente como un soporte de su supervivencia sino como algo más ligado a ellos mismos y a sus ancestros, con lo que eso supone de aumento del patrimonio cultural y colectivo de las tribus y sociedades.
De aquí avanzo otro razonamiento y digo que, de haber algún sentimiento ecologista puro y de mantenimiento de lo legado, sólo puede surgir de un pueblo sedentario obligado a mantener el lugar donde le ha tocado vivir. Y que, quizás, lo contrario precisamente puede haber sido causa de la desaparición misteriosa de algunas de las civilizaciones antiguas más legendarias (Mayas y Mexicas o Aztecas en México, Rapa Nui en Isla de Pascua, Incas y Mochicas en Perú, Thai en Birmania, civilizaciones olvidadas de Anatolia y un largo etcétera) sabido además que seguramente en todas ellas el motivo principal de los enfrentamientos con otras tribus era la competencia por los recursos naturales (o, por ejemplo, la cuña colonial que aprovechó la enemistad entre tribus originada por la competencia para acabar sometiendo a los aztecas).
En resumidas cuentas, un pueblo nómada en peligro no se plantea las filosofías de estabilización con la tierra que han desarrollado muchas tribus sedentarias. Simplemente no le ha hecho falta santificar lugares, porque esos lugares no iban a estar cerca de él al cabo de cinco años. ¿Qué sentido tiene santificar una tierra en la que descansan unos muertos si la misma es estéril ya? ¿Qué sentido tiene ligarse a un terruño que no ha de sostenerte?. Sería tanto como abocarse al suicidio como tribu, atarse a un pesado yugo de tocones y tumbas que estorbaría cada paso hacia tierras más fértiles. Un pueblo nómada cree simplemente en la tierra que es fértil, y abandona con poco aprecio la que ha dejado de serlo. Tampoco quiere unirse a la lucha de otros indígenas, porque no tiene miras suficientes como para compartir esa lucha común (aún en su propio beneficio) cuando siempre ha luchado en solitario, y precisamente contra ellos.
Siguen mirando su supervivencia desde el punto de vista de la competitividad con otras tribus (sean las de toda la vida, o ahora ésta inconmensurable del hombre blanco). No pueden creer que uniéndose entre ellos quizás hicieran más fuerza ante un enemigo mayor, tal es su lastre histórico, arraigado seguramente en su propio genoma.
Si se le pregunta a alguien cuál es el ejemplo por antonomasia de comportamiento sedentario respetuoso hacia el entorno, un alto porcentaje de gente nos diría que la carta del Jefe Sealth es el más claro y hermoso. Al menos así lo he creído yo hasta que me puse a redactar el presente artículo, que es un ejemplo claro de “parada y marcha atrás” una vez que investigué ligeramente el origen de la tan repetida carta (casi tanto como la de San Pablo a los Corintios en las bodas).
Antes de pasar a comentar qué relación tiene el sedentarismo con la tierra, me creo en la triste obligación de desmontar un mito tan falso como otros muchos, empleado seguramente por gente con la mejor de las intenciones, pero dándole una seria patada a la historia en pleno vientre. Si bien puede que nos distanciemos momentáneamente del tema central del artículo, creo que no merece uno aparte y por eso lo he integrado aquí, para clarificar todos los extremos.
En efecto, la carta del jefe Seattle no deja de ser, según historiadores acreditados, un mito más del pueblo Norteamericano, aprovechado inicialmente por un periodista de finales del XIX para aumentar la tirada de su periódico local y posteriormente como filón ideológico por el movimiento ecologista para aseverar sus pretensiones. No hay constancia histórica de que esa carta corresponda con la supuestamente enviada por el citado Jefe al Presidente Franklin Pierce, pues no figura en ningún archivo. Al parecer ni la carta figura en ningún archivo, ni el discurso que (éste sí) efectivamente pronunció el citado Jefe Indio en la actual localización de la ciudad de Seattle tiene mucha relación con lo publicado usualmente en la carta que circula por múltiples lugares (Nota: Seattle es escrito correctamente Sealth, pero era y es más conocido por la ortografía utilizada por la ciudad del mismo nombre, en Seattle. Incluso el jefe indio cobraba una cantidad periódica a las fuerzas vivas de la ciudad al haber adoptado la población su propio nombre). (Frederick Webb Hodge, ed., "Seattle", Manual de los indios de América del Norte de México (1913).). Este discurso fue pronunciado ante el gobernador del Territorio de Washington Ingalls Stevens.
Cabe pensar que los sentimientos expresados en el discurso atribuido al viejo jefe indio están, sin embargo, en consonancia con los de las personas preocupadas por la destrucción del mundo indígena por el desarrollo de la frontera americana. Las actitudes reflejadas en la carta atribuida a Seattle están en armonía con los que profesan individuos molestos por los daños al medio ambiente perpetrados por nuestra sociedad industrial. Las palabras de este portavoz indio han sido ampliamente difundidas por muchos medios, sin que casi nadie (sólo algunos historiadores americanos) se haya planteado su veracidad, simplemente porque a todos convenía que fuesen verdaderas. Sin embargo, ninguna constancia histórica (en los bien documentados archivos de la época, donde destacan muchos escritos de acuerdos con otras tribus de menor importancia y diversas cartas presidenciales y de gobernadores) permite asegurar que esa carta y el contenido del discurso sean verídicos.
Vayamos por partes, analizando las fuentes históricas y documentales acerca tanto de la carta como del discurso:
La supuesta carta, como ya se ha avanzado, pudo ser la respuesta del Jefe Noah Seath (nombre adoptado tras su conversión al cristianismo y su posterior bautismo) a la oferta de compra de las tierras de la tribu Dwuanwinsh (o Suquamish), en el Estado de Washington, por parte del Presidente, el demócrata Franklin Pierce, en Enero de 1.854.
El Archivo Nacional, el Instituto Smithsonian y la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos reciben cada año cientos de solicitudes del texto original de las declaraciones atribuidas al viejo jefe indio (me he sumado a tan ingente cantidad de peticiones, reclamando, sin respuesta por ahora, la documentación al Smithsonian). La Agencia de Información de Estados Unidos ha recibido solicitudes similares de las personas e instituciones en muchos países extranjeros. Desafortunadamente, nadie ha sido capaz de localizar referencias o un texto fiable de la carta, y dichos organismos oficiales no se encuentran en disposición de aportar ninguna prueba documental, siendo los tres actualmente las principales fuentes de conocimiento documental en los Estados Unidos de la época de la colonización.
La supuesta carta del Jefe Seattle al presidente Pierce es muy probable que no existiera (no así el discurso, que sí se encuentra documentado aunque, como veremos más adelante, de manera muy diferente a la romántica carta que suele darse por buena). Fijémonos, por ejemplo, que entre otras acusaciones, se denuncia la propensión del hombre blanco a disparar búfalos desde las ventanas del "Iron Horse", una notable observación para un jefe Seattle, que nunca en su vida salió de la tierra al oeste de las Cascade Mountains y, por lo tanto, nunca vio un tren, y del mismo modo tampoco podía haber visto un búfalo. Tengamos en cuenta que una de las principales gestiones que en 1.855 estaba encargado de desarrollar el gobernador Stevens era precisamente el avance hacia las Cascade de la línea ferroviaria, que por entonces ni existía ni tenía ruta planificada para llegar hasta allí.
Aparte de esto, una carta de un indio en 1.855 sobre la política india y dirigida al Presidente habría seguido los abundantes trámites burocráticos propios de esa época del Siglo XIX, verbigracia: tendría que haber pasado por las manos del agente local de los indígenas, el Coronel M.T. Simmons; de ahí al superintendente de asuntos indígenas, el gobernador Isaac Stevens; y después al Comisionado de Asuntos Indígenas para acabar en la Oficina del Secretario de Gobernación, y eventualmente en la del Presidente. Parece harto improbable que ese recorrido no haya dejado rastro documental alguno, máxime cuando otros asuntos mucho menos importantes se materializaron en documentos abundantes.
De hecho, una búsqueda en los registros de la Oficina de Asuntos Indígenas, en la Oficina del Secretario del Interior en los Archivos Nacionales y en los documentos de la presidencia de Franklin Pierce en la Biblioteca del Congreso en aquella época no ha dado a los historiadores norteamericanos ni rastro de dicha carta. Tampoco se ha encontrado el escrito entre los papeles privados de Pierce en la Sociedad Histórica de New Hampshire.
Además, se sabe que el Jefe Indio Seattle no sabía ni leer ni escribir, por lo que otra persona debió haber puesto por escrito el mensaje, pero no ha sido encontrado en ningún sitio. Así, este documento, ampliamente distribuido en nuestros días, con seguridad puede considerarse un aborto anti-histórico fruto de la fértil imaginación literaria de alguien (ahora le pondremos nombre y apellidos) con intereses inicialmente espurios.
En cuanto a la segunda parte, al texto del monólogo del Jefe Seattle, ha aparecido con frecuencia en las antologías de la literatura india americana, pero la mayoría de los autores no identifica su fuente. La fuente principal para la supuesta transcripción es, al parecer, un panfleto de 1.932 de John M. Rich, cuyos ejemplares se encuentran en de la Sociedad Histórica de Seattle y en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Rich, a su vez, cita un artículo en un periódico de Seattle de 1.887 en el que un Dr. Henry A. Smith reconstruye treinta años después un discurso pronunciado por el Jefe Duwamish "cuando el gobernador Stevens llegó por primera vez en Seattle, y dijo a los nativos que había sido nombrado Comisionado de Asuntos Indígenas para el territorio de Washington" (consultar
Existen al parecer sólo tres ocasiones entre 1.853 y 1.856, en que el Gobernador Isaac Stevens visitó el área de Seattle y sólo en ellas podría haber sido testigo del discurso de Seattle relatado por el Dr. Smith treinta años después.
Casi nada se sabe acerca de la visita inicial de Stevens en Enero de 1.854, simplemente que fue una breve escala en Puget Sound durante una travesía de navegación.
Dos meses después, Stevens acudió a la zona a la cabeza de un destacamento de tropas en busca de unos indios que habían asesinado a un colono. Durante una tensa reunión con el Jefe Seattle y el Jefe Patkanan de los Snoqualmies, Stevens se presentó y explicó el objetivo de su visita. George Gibbs más tarde recordó que "Seattle hizo un gran discurso declarando su buena disposición hacia los blancos". ¿Era el discurso supuestamente transcrito por el Dr. Smith? Aparentemente no, porque otro ciudadano local, Luther Collins, sirvió como traductor al Chinook, el idioma del comercio de las tribus de Puget Sound, y un indio de por allí, a su vez, lo tradujo a la lengua local. Obviamente, el Dr. Smith y sus destrezas de lenguaje no podrían haber estado a disposición de Stevens durante esta confrontación importante. De hecho, el Dr. Smith no figura entre los presentes en este Consejo.
En Marzo de 1.854, el Gobernador Stevens partió para una estadía extendida a Washington, D.C., donde se vio envuelto en una disputa con el secretario de Guerra, Jefferson Davis sobre la ruta del ferrocarril transcontinental propuesta. El gobernador no volvió a Olimpia y el territorio de Washington hasta principios de Diciembre de 1.854. Se dirigió a la Asamblea Legislativa y convocó un Consejo en Medicine Creek con los indios Nisqually y los Puyallup, del 25 al 27 de Diciembre de 1.854.
Llegó a Muleteo (también llamado Point Elliott), al Sur de Seattle, el 21 de Enero de 1.855, para celebrar asamblea con los Duwamish, los Snoqualmies, y las tribus de Skagit. Muchos de los libros que citan la versión del Dr. Smith localizan el discurso de Seattle en el Consejo de Point Elliott, si bien el artículo de 1.887 de Smith no se refiere específicamente a una fecha concreta para ello; Smith se refiere a la reacción del Estado de Seattle ante un proyecto de acuerdo relativo a una reserva de la tribu Duwamish (que efectivamente formaba parte de la propuesta del Tratado Point Elliott).
Las "Actas" de este Consejo se presentan en uno de los registros de la Oficina de Asuntos Indígenas en los Archivos Nacionales. Contiene las siguientes declaraciones del Jefe Seattle, dirigiéndose hacia el Gobernador Stevens:
Le veo como a mi Padre, yo y el resto le tenemos como a tal. Todos los indios tienen el mismo buen sentimiento hacia usted y lo enviaremos en un papel para el Gran Padre [se refiere al Presidente de los Estados Unidos]. Todos los hombres, ancianos, mujeres y niños se alegran de que él le haya enviado a usted a cuidar de ellos. Mi mente está con la suya, no quiero decir más. Mi corazón tiene muy buenos sentimientos para el Dr. Maynard [un médico que estaba presente]. Yo quiero siempre conseguir su medicina.
Ahora, con esto, queremos hacernos amigos y olvidarnos de todos los malos sentimientos si alguna vez los tuvimos. Somos amigos de los americanos. Todos los indios tenemos el mismo pensamiento. Le vemos como a nuestro Padre. Nosotros nunca cambiaremos nuestras mentes, pero ya que han venido a vernos seremos siempre los mismos. ¡Ahora, ahora!. Envíe este documento.
(Documents Relating to the Negotiation of Ratified and Unratified Treaties With Various Indian Tribes, 1801-69, NARA Microfilm Publication T495, roll 5.)
Estas son solamente las palabras de Jefe Seattle recogidas en el acta oficial del Consejo. Como se puede ver, nada referido a la suave brisa en la pradera ni a los búfalos...
El nombre del Dr. Smith no aparece entre los que figuran como testigos de los debates de Point Elliott. La viuda del Dr. David S. Maynard (el médico mencionado por Seattle en su discurso) no recordó nada parecido a la versión de Smith al ser entrevistada por un biógrafo del Jefe Seattle en 1.903, Frank Carlson. El intérprete oficial, el coronel B.F Shaw, también sobrevivió hasta el siglo XX y no mencionó en ningún momento el notable discurso que se le atribuye al Jefe Seattle. Otro testigo fue Hazard Stevens, hijo del gobernador, pero sólo tenía doce años de edad en 1.855. Además, un indio viejo más tarde recordó que durante el Consejo de Medicine Creek, él y Hazard Stevens "...estuvimos un buen rato comiendo carne seca y tocando el arpa de boca, mientras los hombres estaban hablando. No sabíamos de lo que estaban hablando.”.
Ezra Meeker, un severo crítico de la política india del Gobernador Stevens, acusó a Stevens de estar bebido en los Consejos y de haber suprimido un discurso contrario a su política por parte del Jefe Leschi de los indios Nisqually en el acta oficial. Seguramente Meeker, siendo él mismo uno de los primeros pioneros del Territorio de Washington, habría utilizado las polémicas palabras atribuidas al Jefe Seattle contra Stevens si hubieran sido conocidas por él. Meeker entrevistó al Coronel Shaw, el intérprete en el Consejo de Point Elliott, por lo que debería haber sido conocedor del discurso si realmente ocurrió.
La ausencia de cualquier evidencia contemporánea (incluso del fértil periódico del Territorio, en Olimpia, que guarda silencio acerca de cualquier declaración dramática del Jefe Seattle en 1.855), la falta de un texto en lenguaje Duwimish del discurso, la ausencia de notas por parte del Dr. Smith y el hecho de haberlo plasmado en un artículo muchos años después, el silencio de parte de las personas que se sabe estuvieron presentes durante las reuniones entre Stevens y Seattle, y la divergencia con el discurso recogido en las Actas del Consejo hacen albergar serias dudas sobre la exactitud de los recuerdos del Dr. Smith en 1.887, unos treinta y dos años después del episodio. Así que es imposible (a menos que se descubran nuevos documentos) confirmar o negar la validez de este mensaje poderoso y persuasivo en la boca del líder de la tribu india, aunque hay bastantes indicios, como se ve, que apuntan a que el texto no está ajustado a la realidad.
¿Realmente tiene alguna importancia si la oración en cuestión en realidad se originó con el Jefe Seattle en 1.855 o con el Dr. Smith en 1.887? Por supuesto que importa, porque esta declaración memorable pierde su fuerza moral y validez si se trata de la creación literaria de un médico de la frontera en lugar del pensamiento de un sabio líder indígena. Los nobles pensamientos basados en una mentira pierden su nobleza. El registro histórico sugiere que el noble y pasivo (a la par que converso al cristianismo) Jefe Seattle no es reconocible en la imagen del hombre desafiante y enojado cuyas palabras resuenan en nuestro tiempo. [1]
LA VERSIÓN “EKOLO” DE LAS PALABRAS DEL JEFE SEATH.
Transcribo aquí una de las múltiples versiones de la famosa carta que circulan y han sido publicadas hasta hoy. Está tomada del prólogo a Las especies protegidas, de Joaquín Araújo y Juan Varela, Colección El búho viajero, Penthalon Ediciones, Madrid, 1.984, y lo transcribo íntegramente para evidenciar las marcadas diferencias (¿hay algo igual?) con el único documento escrito y fehaciente que existe (ya transcrito anteriormente en este artículo, acerca de las actas del Consejo de Point Elliott). Me planteo, además, la sencilla reflexión de porqué ecólogos y naturalistas como Araújo (por dignificar de algún modo a una persona que yo creo que es lisa y llanamente un amante de la verborrea) siguen publicando una carta que nunca se escribió (al menos no nos consta documentalmente) si a mí me ha costado relativamente poco documentarme para, al menos, dudar seriamente de su autoría; me imagino que, como ya apunté, hay gente que prefiere seguir pensando que los Reyes Magos existen sencillamente porque les conviene que sigan existiendo, aunque para mí es muy triste que gente que tiene tan gran “tirada mediática” tenga que apuntalar sus argumentos en ruinas con documentos falsificados. No obstante, vaya por delante esta versión de la carta pues más adelante nos ayudará a analizar el sentimiento sedentario de amor a la tierra:
« El Gran Jefe en Washington manda palabras: él desea comprar nuestra tierra. El Gran Jefe también manda palabras de amistad y bienaventuranza. Esto es muy amable de su parte, ya que nosotros sabemos que él tiene muy poca necesidad de nuestra amistad. Pero nosotros tenemos en cuenta su oferta, porque nosotros sabemos que si no lo hacemos así, el hombre blanco vendrá con sus pistolas y tomará nuestra tierra. Lo que el jefe Seathl dice es que el Gran Jefe en Washington puede contar con las palabras del Jefe Seathl, como pueden nuestros hermanos blancos contar con el retorno de las estaciones.Para mí y para muchos, hasta que se me cayó el mito, este mensaje constituía el legado ecológico (entendida la ecología integrando al hombre en el medio natural, no como nos la quieren vender precisamente ecologistas como Araújo, excluyendo a éste de la naturaleza) más sencillo, hermoso y sentido que jamás se haya escrito.
Mis palabras son como las estrellas. Ellas no se ocultan. ¿Cómo se puede comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? Esta idea es extraña para nosotros. Hasta ahora nosotros no somos dueños de la .frescura del aire ni del resplandor del agua. ¿Cómo nos lo pueden ustedes comprar? Nosotros decidiremos en nuestro tiempo. Cada porción de esta tierra es sagrada para mi gente. Cada espina de brillante pino, cada orilla arenosa, cada bruma en el oscuro bosque, cada claro y cada zumbador insecto es sagrado en la memoria y en la experiencia de mi gente.
Nosotros sabemos que el hombre blanco no entiende nuestras costumbres. Para él, un pedazo de tierra es igual a otro; porque él es un extraño que viene en la noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemigo, y cuando la ha conquistado, sigue adelante. Deja las tumbas de sus padres atrás y no le importa. Secuestra la tierra de sus hijos; a él no le importa. Las tumbas de sus padres y los derechos de nacimiento de sus hijos son olvidados. Su apetito devorará la tierra y sólo dejará atrás un desierto. La vista de sus ciudades duele en los ojos del hombre piel roja. Pero, tal vez, es porque el hombre piel roja es un salvaje y no entiende...
No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades de los hombres blancos. Ningún lugar para escuchar las hojas de la primavera o el susurro de las alas de los insectos. Pero, tal vez es porque yo soy un salvaje y no entiendo. El ruido sólo parece insultar los oídos. Y, ¿qué queda de la vida si el hombre no puede escuchar el hermoso grito del pájaro nocturno o los argumentos de la rana alrededor de un lago en la noche? El indio prefiere el suave sonido del viento horadando la superficie de un lago, el olor del viento lavado por una lluvia de mediodía o la fragancia de los pinos. El aire es valioso para el hombre piel roja. Porque
todas las cosas comparten la misma respiración: las bestias, los árboles, el hombre. El hombre blanco parece que no nota el aire que respira. Como un hombre que muere por muchos días, es indiferente ante la hediondez.
Si decido aceptar; pondré una condición. El hombre blanco deberá tratar las bestias de esta tierra como hermanas. Yo soy un salvaje y no entiendo otro camino. He visto miles de búfalos pudriéndose en las praderas, abandonados por el hombre blanco que pasaba en tren y los mataba. Yo soy un salvaje, y no entiendo cómo el caballo de hierro que fuma puede ser más importante que los búfalos que nosotros matamos sólo para sobrevivir. ¿Qué es el hombre sin las bestias? Si todas las bestias desaparecieran, el hombre moriría de una gran soledad en el espíritu, porque cualquier cosa que le pase a las bestias también le pasa al hombre. Todas las cosas están relacionadas. Todo lo que hiere a la tierra herirá también a los hijos de la tierra.
Nuestros hijos han visto a sus padres humillados en la derrota. Nuestros guerreros han sentido la vergüenza. Y después de la derrota convierten sus días en tristezas y contaminan sus cuerpos con comidas dulces y bebidas fuertes. De poca importancia será el lugar donde pasemos nuestros días –no quedan muchos-. Unas pocas horas más, unos pocos inviernos, y ninguno de los hijos de las grandes tribus que una vez existieron sobre esta tierra, o que anduvieron en pequeñas bandas en los bosques, quedará para lamentarse ante las tumbas de una gente que fue otrora poderosa y tan llena de esperanzas como ustedes.
Una cosa nosotros sabemos que el hombre blanco puede descubrir algún día. Nuestro Dios es el mismo Dios. Usted puede pensar ahora que es dueño de Él, así como usted desea hacerse dueño de nuestra tierra, pero usted no puede. Él es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre blanco y el hombre piel roja. Esta tierra es preciosa para Él, y hacerle daño a la tierra es amontonar desprecio en torno a su creador.
Los blancos también pasarán, tal vez más rápido que otras tribus. Continúe contaminando su cama y alguna noche terminará asfixiándose en su propio desperdicio. Cuando los búfalos sean todos masacrados, los caballos salvajes todos amansados, y los rincones secretos de los bosques inundados por el aroma de muchos hombres, y la vista de las montañas repleta de esposas habladoras, ¿en dónde estará el matorral? Desaparecido. ¿En dónde estará el águila? Desaparecida. ¿Qué es decir adiós a los prados y a la caza, el fin de la vida y el comienzo de la subsistencia? Nosotros tal vez entenderíamos si supiéramos qué es lo que el hombre blanco sueña, qué esperanzas le transmite a sus hijos en las noches largas de invierno, qué visiones le queman la mente para .que puedan desear el mañana. Pero nosotros somos salvajes, Los sueños del hombre blanco están ocultos para nosotros. Y porque tales sueños están escondidos, nosotros iremos por nuestro propio camino.
Si nosotros aceptamos, será para asegurar la reserva que se nos ha prometido. Allí tal vez podremos vivir como deseamos los pocos días que nos quedan. Cuando el último piel roja haya desaparecido de la tierra, y su memoria sea solamente la sombra de una nube cruzando la pradera, estas costas y estas
tierras aún albergarán el espíritu de mi gente, porque ellos aman esta tierra como el recién nacido ama el latido del corazón de su madre. Si nosotros les vendemos a ustedes nuestra tierra, ámenla como nosotros la hemos amado. Cuídenla como nosotros la hemos cuidado. Retengan en sus mentes el recuerdo de la tierra, tal como está cuando ustedes la tomen, y con todas sus fuerzas, con todo su poderío, y con todos sus corazones, consérvenla para sus hijos, y ámenla así como Dios nos ama a todos. Una cosa nosotros sabemos: nuestro Dios es el mismo Dios de ustedes. Esta tierra es preciosa para Él. Aún más: el hombre blanco no puede quedar excluido de un destino común. »
No obstante, como se podrá observar a continuación, esta carta falsa enlaza también con el sentir de mucha gente que amamos la naturaleza y que cazamos en la naturaleza, y creo sinceramente que muchos de nosotros hemos sentido la mayoría de las cosas que ahí se dicen mucho antes de haberla leído, desde nuestra infancia. De esta experiencia propia (y no de una carta leída) surge, pues, el análisis que un sedentario como yo ha podido condensar acerca del amor a su propia tierra, la tierra de mis abuelos, a los que hablo y siento muchas veces cuando me impregno del olor de las jaras mojadas.
LA CONCEPCIÓN SEDENTARIA DE LA TIERRA.
Un pueblo sedentario, a diferencia del pueblo nómada, ha tenido que desarrollar otras estrategias diferentes de las de los pueblos nómadas para sostener su futuro sobre la misma tierra de un modo continuo.
Pienso que un pueblo sedentario ha recibido y desarrollado varios modos de aprecio a la tierra, que nunca podrán imperar en un pueblo nómada (pues para él sería contrario a su propia supervivencia):
1.- El vínculo ancestral que le liga a la tierra. El vínculo de transmisión que le hace cuidar la tierra. Por haber heredado la tierra, se ha recibido un legado valioso que se tiende a transmitir a los sucesores, como imperativo de los ancestros. Esta herencia obliga a un mantenimiento (cuando no a una mejora) de lo recibido, asegurando su pervivencia (y la de la tribu) a lo largo de las generaciones. La herencia incluye la obligación de transmitir lo recibido, no siendo válida la enajenación o pérdida de valores de lo heredado a no ser que esté en peligro la propia supervivencia.
Las tumbas de los muertos permanecen como testigos de esa obligación, como mudos y severos jueces que santifican no sólo la tierra sobre la que descansan, sino toda la tierra hollada, y recuerdan a los vivos el pacto de transmisión al que se ven atados.
Por eso también violar el camposanto es uno de los mayores daños que se puede infligir a una población sedentaria, cuando estos vínculos ancestrales están vivos.
2.- El vínculo ancestral que da valor añadido. Del mismo modo, la herencia de la tierra hace transmitir automáticamente las historias antiguas que dieron origen a la posesión de la misma o historias de su mejora o ampliación, anécdotas de su transmisión y defensa, aumentando el valor de lo heredado. En efecto, sabiendo los esfuerzos y sacrificios que han tenido que pasarse para colonizar un territorio fértil que permite una vida a medio plazo, se sacraliza la tierra, dificultando su trueque o comercio, pues se estaría faltando a la memoria de quienes sufrieron para hacerse con ella, mantenerla o mejorarla.
El esfuerzo de nuestros ancestros hace que la tierra no tenga precio, si es que alguna vez lo tuvo.
Viendo cómo incluso en épocas de penuria la tierra era lo último de lo que se desprendían los ancestros (debido a que antes la tierra estaba ligada a la supervivencia), en la época más bonancible actual es incomprensible el trueque y la venta de una tierra regada por mil sudores para su conservación en el seno de la tribu o familia.
Los esfuerzos y sudores que regaron la tierra que ahora se holla, acrecentaron su valor de cara a la transmisión futura, siempre que los ancestros sigan siendo recordados y venerados.
Por otra parte, la necesidad de depositar en los sucesores un medio de subsistencia empuja a acrecentar lo captable y a cuidar y conservar el patrimonio heredado, aportando esfuerzos y sudores propios, sacrificios y sinsabores que acrecentarán también el valor espiritual de la tierra a transmitir.
3.- El vínculo de sostenimiento propio, que le obliga a mantener un medio de subsistencia. El sostenimiento propio, el residir en una tierra que es capaz de mantener una familia propia y de hacerla prosperar, hace que se aprecie la misma como una esposa a la que hay que cuidar para que no pierda su fertilidad. Si de grandes extinciones y barbarie está jalonada la historia de la humanidad, no es menos cierto que muchas de ellas fueron cometidas por aquellos que colonizaban con idea de no asentarse y por gente que no estaba arraigada en ella. La raigambre, el enraizamiento, crea un vínculo con la tierra difícil de violar: los que soñaron tiempos y tierras mejores y por eso maltrataron el lugar donde vivían no estaban ligados a la tierra por ningún vínculo, o estándolo, perdieron el norte de su valor.
La tierra se valoriza a ojos del sedentario por ser un medio de vida que le proporciona esperanza en el futuro. Mientras esa esperanza no se vea truncada, éste será un valor principal para la tierra habitada incluso para aquellos que llegan sin tener otros vínculos de tipo ancestral.
Lo contrario ocurre con quienes, seminómadas, arrancan de la tierra un fruto provisional debido a la naturaleza endeble del terreno: no se establecen más lazos que los que da la temporalidad de la fertilidad difícilmente renovable del lugar donde se vive, con la mente siempre puesta en un futuro inestable de constante movimiento. En esas condiciones, la tierra se valora hasta que ésta deja de ser fértil, y eso mismo conduce a no crear vínculos duraderos a sabiendas de que no podrán mantenerse. Es como quien se liga temporalmente a alguien inestable, que no le podrá aportar confianza en el futuro.
A nadie le gusta vivir sobre sus excrementos, salvo que esté pensando en levantar el campamento la mañana siguiente.
Hace poco leía en un libro sobre la Camorra napolitana (el famoso y valiente libro de Roberto Saviano “Gomorra”) que los grandes capos habían llegado a verter cientos de miles de toneladas de residuos (algunos altamente peligrosos) sobre las tierras que circundaban sus grandes mansiones, recibiendo ingentes cantidades de dinero por un supuesto procesamiento de los mismos que nunca se realizó. La explicación, según confesó alguno de esos mafiosos, es que su estancia en este mundo es bastante reducida (la gran mayoría de ellos vive preso, ha sido asesinado o ha tenido que huir al extranjero), que sus familias están igualmente amenazadas (cuando no las han visto desaparecer a manos de clanes rivales) y que la ley del máximo beneficio en el mínimo tiempo (aún a costa de su propia salud física al vivir rodeados de dioxinas) es la única que impera. Por tanto, su falta de expectativas terrenales ha hecho que todos los vínculos con la tierra se desvanezcan en aras de un beneficio a corto plazo, pues nada recibieron (suelen ser gente de baja extracción que se han hecho a ellos mismos a base de violencia) y nada tienen que dejar más que emporios empresariales y bienes económicos.
4.- El saber valorar el entorno no como exclusivo y propio, sino como un medio para compartir con otras criaturas que estaban antes que nosotros también es un medio de desarrollar el aprecio por la tierra.
Saber que no estamos solos en este barco y descubrir no sólo la crueldad de la naturaleza, sino su dinamismo, que establece un equilibrio en el cual el hombre desarrolla un papel importante y muchas veces imprescindible, valoriza la tierra y a sus habitantes, sus procesos y bienes materiales.
Asistir a los espectáculos impresionantes que nos ofrece el desarrollo de los procesos naturales, y aprender también a valorar lo impresionante de las cosas pequeñas. Saber escuchar, oler, sentir, tocar la naturaleza, maravillándonos por igual con una puesta de sol o con la tela de una araña, sabiendo extraer lo necesario pero dejando lo suficiente para las otras criaturas es imprescindible para valorar en sí la importancia del amor a la tierra transmitida o encontrada.
De ahí que nunca entienda como persona la necesidad que poseen la mayoría de los grupos ecologistas de expulsar al hombre del entorno, cuando es uno más, una parte más de la grandeza de la tierra. Una naturaleza sin la presencia humana (presencia digna y respetuosa, pero consciente de su necesidad de aprovechar los bienes naturales para su supervivencia y progreso) es la naturaleza más triste que podamos imaginar. Para ejemplo de integración el de la carta arriba transcrita (escrita o no por un indio, realizada o no por un ecologista a la sombra de las líneas de un periodista sensacionalista) , que da como fruto una tierra en la que la presencia del hombre puede ser entendida y debe ser respetada, nada que ver con la naturaleza artificial que nos pintan ahora los peludos ecologetas de salón que las más de las veces no han pisado el monte más que para mancillarlo con sus acampadas, marchas de emporre y reivindicaciones falsas, muy alejadas por regla general de los intereses verdaderos de conservación del medio natural y sus gentes.
Una tierra hollada por el hombre no siempre es una tierra mancillada. Puede ser (y debería serlo siempre) una tierra como otra cualquiera, con una presencia superior y consciente. Si bien soy de la opinión que todo animal tiene amor a la vida propia, no soy amigo de dar a los animales cualidades que no poseen, aunque seguramente les reconozca más que el común de los mortales tiene.
CONCLUSIÓN:
Las raíces son el origen del amor a la tierra.
Un pueblo desarraigado es un pueblo que ni sabe de dónde viene ni sabe adónde va. Que no posee una base para tomar impulso.
Lo mismo es aplicable a las personas: sin raíces ni recuerdos mamados, están puestos en este mundo como caídos de la nada, desamparados ante un viento (el de la vida) que les zarandea sin saber adónde agarrarse.
Conociendo nuestro pasado, sabemos de dónde venimos, y tendemos una cuerda con dos extremos fijos que además nos da una dirección.
La tierra como vínculo y como caldo de cultivo de recuerdos y enseñanzas es fundamental para nuestra vida, del mismo modo que al tener dichos vínculos aprendemos a valorarla.
Saber mirar al futuro en términos de tierra a transmitir es asegurar su mantenimiento en las mejores condiciones posibles.
Al abrir este nuevo período de artículos publiqué un artículo “Caza y pasión” donde decía “Y después viene la envidia. Envidia el tronco arrastrado por la corriente a la encina arraigada en la orilla, porque no tiene raíces ni lugar donde caerse muerto. Antes era árbol -con savia, con sentimiento, con arraigo, con vida- y ahora es leña. Grita en el último meandro del río que las encinas son inmovilistas, que el tronco arrastrado ha visto mucho mundo, pero en el fondo desearía tener raíces para haber conocido al menos algo de ese mundo que ha visto sólo pasar sin saborearlo.”
Y en el fondo es que puede haber mucho de envidia en nuestro comportamiento con la tierra: envidia hacia quienes sienten la tierra como propia y la aman como aman a sus hijos. Envidia a quienes la cultivan sin escupirla, porque sería como escupir a su propia madre. Muchos tienen envidia hacia quienes saben ver en un matojo a su abuelo esperando al jabalí, aunque su abuelo haya abandonado este mundo de locos hace muchos años. Envidia de los que sienten al andar la vibración del corzo rompiendo monte en la otra ladera, aunque sea imposible que lo sientan. Hay mucha gente que siente envidia de los que vemos en la tierra sagrada que nos han regalado un morral que no hemos de vaciar entero, un legado que debemos transmitir, y gozar mientras lo transmitimos y enseñamos.
Y esos que envidian, son siempre los que atentan. Esos amantes de lo veloz pero no sentido, los que sustituyen el ser por el tener, el sentir por el arrebatar. Creen que haciéndose con la tierra de otros podrán sentir lo que otros. Comprueban que no sienten nada, que están vacíos, y buscan en otros lugares lo que deberían buscar dentro de ellos mismos.
Infelices eternos, como almas errantes en Santa Compaña, como espíritus sin meta, como árboles sin raíces, como tarugos arrastrados por el río de la vida hacia la cascada eterna del olvido...Gente sin raíces, gente sin rumbo...gente perdida. Gente sin tierra propia donde caerse muerto y fundirse con sus ancestros, dándoles un futuro a sus descendientes. Gente que no entiende nada. Gente perdida.
[1] La versión en inglés del artículo del Doctor Smith donde se ve su versión de los hechos treinta y dos años después y que, de no haberse redactado en 1.887 podría parecer fruto del LSD de algún asistente a Woodstock, se puede encontrar en http://courses.washington.edu/spcmu/speeches/chiefsealth.htm, procedente del artículo publicado en el Seattle Sunday Star el 29 de Octubre de 1.887. Como se puede ver, se trata de una versión mucho más extensa y profunda que la comúnmente admitida como “Carta del indio Seattle”. Una referencia sobre la biografía de Noah Seath se puede consultar en http://content.lib.washington.edu/aipnw/buerge2.html. Un interesante estudio sobre la autenticidad de las diferentes versiones que es origen de lo aquí traducido y comentado aparece en http://www.archives.gov/publications/prologue/1985/spring/chief-seattle.html. Más información de carácter generalista también en http://es.wikipedia.org/wiki/Jefe_Seattle.